Como resultado surgió un mundo -fuera de los principios de Dios- opuesto a Su ideal y fuera de Su control. Usando un término religioso tendríamos que llamar "infierno", a esta clase de mundo lleno de vicios, confusión, pobreza, explotación, guerras y sufrimiento.
La humanidad separada de Dios, sin verdaderas leyes y en desorden se fue embruteciendo y degradando tanto física como espiritualmente. Al no existir un ideal y un propósito común, los hombres se alienaron y perdieron poco a poco su identidad. El hombre al perder su luz espiritual, cayó en un estado salvaje con una sensibilidad espiritual tan nula como la de los animales.
Las luchas y los conflictos aislaron más y más a los diversos grupos humanos. Esto generó una división y separación constantes. Se crearon y aumentaron las barreras territoriales y de comunicación, surgiendo por tanto, notables diferencias en raza, lengua, creencias, costumbres, etc.; que caracterizaron la historia humana del pasado.
Esta desgracia nos arrastró hasta el punto de permanecer la mayor parte de nuestra historia, sobreviviendo en forma primitiva, sumidos en la ignorancia, la barbarie y las supersticiones que impidieron nuestro progreso moral y material.
Sin embargo, a pesar de que el estandard espiritual de los seres humanos llegó a un nivel bajísimo, la humanidad siempre mantuvo en lo más profundo ese potencial bueno de nuestra naturaleza original. Debido a esto, Dios fue capaz de trabajar a través de nuestra conciencia de forma constante y gradual, para desarrollar y elevar, aunque fuera lentamente, nuestro corazón e intelecto.
Dios nos inspira a cumplir con nuestra responsabilidad. Desde el amanecer de la historia, Dios ha sido esa fuerza oculta, que ha conducido la dispensación, para restaurar a su estado original este mundo de pecado y recuperar así el ideal perdido.
Dios, nuestro Creador, tiene una Voluntad. Esta Voluntad es la de restaurar este mundo a un mundo de verdadera paz. En otras palabras, El restaurará el mundo de Su creación e ideal originales, recreándolo a partir del mundo actual.
Por consiguiente, desde este punto de vista, la historia humana tiene una dirección y una meta. Dicha meta, es la restauración o recreación de nuestro estado caído a nuestro estado original, es decir, la realización final de este Mundo Ideal Original o Paraíso perdido. En otras palabras, restaurar este "infierno" y convertirlo en el "Reino de los Cielos".
Tradicionalmente se ha hablado sobre la salvación. Pero, ¿qué es la salvación? Salvación es precisamente eso, la restauración. Un doctor salva a su paciente al recuperarle o restaurarle la salud perdida. Este proceso requiere la cooperación de ambos, el doctor y el paciente.
Los esfuerzos de Dios a través de la historia, reflejan exactamente ésta situación. Aunque Dios es Todopoderoso, El no puede salvar la humanidad sólo por Su poder, es necesario la cooperación y los esfuerzos de los hombres. La historia es por lo tanto, el registro de los esfuerzos de Dios y los esfuerzos del hombre en responder con sus éxitos y fracasos a la ayuda de Dios.
¿Por qué Dios quiere salvarnos a pesar de que somos nosotros los que le hemos traicionado y abandonado, creando este mundo de infierno y tragedia? Existen tres razones fundamentales:
Primero, porque Dios es Todopoderoso y Absoluto. Cuando El decide lograr Su meta, nada ni nadie podrá impedírselo. El nunca será derrotado por Satanás. Si Dios es Todopoderoso, esto es lo menos que El podría ser capaz de realizar, un mundo de paz y felicidad para la humanidad. Si este tipo de mundo no puede lograrse, debemos concluir, entonces, que Dios no existe.
Segundo, Dios creó a la humanidad como sus hijos. Aunque nosotros le hemos traicionado muchas veces, Dios es nuestro Padre Verdadero. El no puede abandonarnos. Su felicidad depende de nosotros. De la misma forma, en que los padres humanos son atraídos hacia aquel hijo con más sufrimiento y problemas, la preocupación de Dios le arrastra a sus hijos que están en tragedia. El no puede separarse de nuestra infelicidad. Los padres no pueden encontrar felicidad, si sus hijos están en dolor. El Creador Todopoderoso es nuestro padre amante que sufre con todos nosotros. Por esta razón resolverá el problema de la caída. El tiene que terminar el sufrimiento de la humanidad.
Finalmente, Dios creó el espíritu humano indestructible y para la eternidad. Por tanto, aunque el mundo físico fuese destruído, los espíritus de las innumerables personas que vivieron en el pasado, permanecerían sin realizarse en el mundo espiritual. Hasta que la humanidad no se restaure física y espiritualmente, no se resolverán completamente los resultados de la caída.
El archivo de los esfuerzos de Dios para salvar a la humanidad está registrado en la historia de las religiones mundiales. De hecho, la palabra religión viene del latín "religare" que significa reunir. El verdadero propósito de la religión, por consiguiente, es unir de nuevo al hombre con Dios y restaurar Su Ideal Original.
Desde las primeras pinturas del hombre primitivo, que ya describían a seres y fuerzas espirituales, era evidente esa naturaleza religiosa en el hombre. A medida que Dios fue capaz de ir elevando nuestro nivel intelectual y moral, se desarrollaron expresiones religiosas más altas, reflejando un progreso en la restauración. Dado que la caída nos apartó de la verdad, en el proceso de la restauración, debemos especificamente recrearnos mediante la palabra o verdad. Por eso, Dios trabajó siempre por medio de hombres virtuosos, santos, profetas y líderes espirituales que aparecieron progresivamente a través de la historia para extender la verdad divina. Al observar puntos comunes y una gradual unificación de ideas en la historia de la religión, podemos ver a Dios como la fuente inspiradora.
En su profundo estudio sobre la evolución de las esferas culturales, el famoso historiador británico, Arnold Toynbee, descubre, que las culturas se han desarrollado siempre alrededor de una religión. Los pueblos y naciones que en su historia no avanzaron hacia una filosofía religiosa más elevada fueron siempre absorbidos. A medida que se iba desarrollando una forma más universal y elevada de religión, iban también apareciendo a su alrededor formas más elevadas de cultura, que tendían a absorber a las culturas circundantes de más bajo nivel.
El mundo actual proviene de un pasado con más de veinte y seis diferentes esferas culturales, que a través de la unificación ocurrida en el transcurso de la historia, ha resultado en el mundo actual de cuatro grandes esferas culturales fundamentales: El Induismo-Budismo, el Judeocristianismo, el Islam y las culturas del extremo oriente. (Confucionismo, Taoísmo, Sintoísmo.)
La conclusión de Arnold Toynbee es que, de hecho, nos movemos hacia el mundo de una sola cultura mundial. Para el Principio Divino ésta no es una coincidencia, sino el resultado de los esfuerzos de Dios y del hombre por recrear un mundo unificado que conduzca a la restauración del ideal eterno e incambiable de Dios.
El desarrollo científico y tecnológico que hoy disfrutamos es extraordinario. Tenemos la capacidad y los medios externos para construir un mundo maravilloso de confort y bienestar para toda la humanidad. Sin embargo, a pesar de este gran potencial y progreso externo, todavía no somos capaces de construir un mundo armonioso de paz y felicidad, debido a que no tenemos un desarrollo paralelo en el sentido espiritual y moral.
En este momento, existe un desbalance entre nuestros conocimientos externos y nuestro desarrollo interior. Por ejemplo, aunque salimos al espacio exterior y logramos poner hombres en la luna, en cambio, aún somos incapaces de vivir y aplicar con éxito, normas éticas y morales tan naturales, simples y antiguas como los Diez Mandamientos dados por Dios a Moisés hace 4,000 años.
A pesar de nuestro desarrollo, tampoco estamos cumpliendo nuestro papel como los verdaderos señores de la creación, cuidando y protegiendo esa preciosa herencia que Dios nos dio. Nuestro egoísmo a menudo causa el maltrato de la naturaleza. En lugar de existir armonía entre el hombre y el medio ambiente, el egoísmo humano ha producido una explotación irracional de la naturaleza generando así una hostilidad mutua.
El apóstol Pablo nos habla sobre este sufrimiento de la naturaleza que compara con los dolores de parto en ansiosa espera por la aparición de los hijos de Dios. (Rom. 8:22) Y no sólo la naturaleza, sino que también Dios y toda la humanidad está lista y en espera, para ese gran cambio y transformación que nos permita finalmente recuperar nuestro valor y dignidad como hijos de Dios y realizar un mundo libre de mal y pecado.
No cabe duda que la mayoría de las personas conscientes concuerdan que en este mundo, urge una profunda transformación, que lo libere del caos, la inmoralidad, la violencia y la corrupción.
Pero, con pocas excepciones, la tendencia general hasta ahora, ha sido mirar hacia afuera, querer resolver primero el problema que vemos fuera de nosotros mismos y querer "ver la paja en el ojo ajeno". Por este motivo, se han puesto enormes esfuerzos y esperanzas en creer que determinados programas o sistemas políticos y económicos nos darían la solución definitiva.
Por ejemplo, cuando la revolución Bolchevique triunfó en 1917, se creó una gran espectativa y sus precursores estaban orgullosos de acabar con un viejo sistema explotador y de imponer uno nuevo que prometía justicia y paz. Hoy, el mundo entero es testigo de la tragedia de dicho sistema y su consecuente fracaso.
La gran lección que podemos aprender de esta y otras experiencias históricas similares, es que, es insuficiente e ilusorio pretender cambiar primero la sociedad, sus estructuras y sistemas, en la creencia y la espera, que después esos cambios transformarán necesariamente la conducta humana.
Cada nuevo plan, programa o sistema al ser gobernado por los mismos hombres corruptos no puede funcionar. A menos que el hombre cambie, nada cambiará. En la raíz, los problemas humanos comienzan con las actitudes egoístas de los individuos que luego integran y crean las estructuras y los sistemas en la sociedad. Solamente cuando el hombre es capaz de superar el egoísmo y el pecado dentro de sí mismo, será posible ver cambios permanentes y estables luego en la sociedad.
Aquí es donde la humanidad puede albergar sus esperanzas o sueños de paz verdadera en el futuro. La voluntad de Dios es la erradicación del egoísmo de cada individuo, para luego transformar y recrear esa persona en Su propio templo, haciendo que todos lleguemos a ser hombres sagrados.
Por esta razón, la verdadera paz mundial y armonía entre las naciones no se inicia a nivel nacional, sino en la perfección del individuo. Cada persona se perfecciona al convertirse en un templo de Dios. Es aquí donde la paz mundial germina. Cada uno de nosotros, somos el verdadero punto de partida de la paz mundial y el establecimiento de un mundo ideal.
Necesitamos restaurar completamente nuestra sensibilidad espiritual, de forma que jamás podríamos con nuestra conducta, dañar o perjudicar a otros, ya que sentiríamos la pena y el dolor de los demás como el nuestro propio. Del mismo modo, nuestra felicidad también se logrará haciendo a otros felices.
En el mundo original de la creación de Dios, la lucha del hombre contra el hombre, sería algo así como la lucha de la mano derecha contra la izquierda. O peor aún, tu propia mano arrancando tus propios ojos. En tal mundo no habría conflictos, ni malentendidos. Habría sólo armonía, cooperación y asistencia mutua. Habría unidad entre los hombres en la búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza. Este sería verdaderamente el mundo de paz que la humanidad busca.
Tenemos que reconocer, por consiguiente, que de todas las grandes transformaciones, que afectaron los destinos de la historia, la más grande e importante está todavía por realizarse.
De todas las batallas que jamás se han luchado, la más fundamental es aquella, que cada uno individualmente tiene que librar, para finalmente subyugar el mal dentro de nosotros mismos; es decir, purificarnos y liberarnos del pecado. Siendo más específico, eliminar y borrar completamente de nuestros corazones y memorias, ese amor falso e ilícito, que ha contaminado por tanto tiempo a la humanidad.
Estas profundas revelaciones acerca del origen del mal son importantísimas, pues nos clarifican la naturaleza del pecado y nos proporcionan las armas y el conocimiento para comenzar a derrotarlo. La última y más difícil de todas las revoluciones será esta revolución interna en nuestros corazones y conciencias, que nos lleva de la injusticia, la corrupción y el egoísmo, a actitudes contrarias de amor y servicio a los demás como el valor supremo.
Como nos profetiza el Reverendo Sun Myung Moon:
"Puedo ver un gran cambio, una revolución viniendo sobre el mundo, no por fuego ni por balas, sino por la verdad de Dios prendiendo en los corazones de los hombres. He venido para encender esta revolución espiritual, una revolución silenciosa que hace pasar al hombre del egoísmo al altruismo".
Sun Myung Moon, en su discurso de fundación de la Federación para la Paz Mundial en agosto de 1991, en Seúl Corea, ante presidentes y dignatarios de varios paises, proclamó:
"El siglo XXI será un siglo de rectitud. En el siglo XXI la riqueza no será el factor dominante. En su lugar, el espíritu y el alma humana dominarán. El siglo XXI será la era de unidad entre Dios y el hombre. Será la era donde un nuevo despertar llegará a cada hombre al darse cuenta de que se beneficiará más en tanto que viva más genuinamente para sus semejantes. En el siglo XXI el egoísmo disminuirá. La vida, el honor y la gloria basados en el altruismo triunfarán. Estas serán las características del siglo XXI. La era de la paz se acerca. Es más, la oportunidad para el Reino de los Cielos en la tierra la tendremos al alcance. El siglo XXI será uno de esperanza y gloria".
En la Biblia, se nos habla de "los últimos días" y del "fin del mundo". Si la historia hubiese comenzado en bondad, no sería necesario ningún final. Pero como la historia se inició con el mal, tienen que llegar esos últimos días en los que el mal será definitivamente erradicado y donde habrá un fin para el mundo de vicios y pecados. Será el tiempo, al que el libro sagrado se refiere cuando nos habla "de fundir nuestras espadas en aperos de labranza". En otras palabras, el tiempo de transición en el que el "infierno" se transformará en el "Reino de los Cielos".
Por consiguiente, no será la destrucción literal del universo a través de grandes catástrofes, como algunos cristianos han interpretado. Sino un tiempo de alegría en el que se realizará la esperanza más grande de la humanidad, mantenida firmemente durante todo el largo curso de la historia desde la creación del mundo.
Debido a que Satanás controló a los primeros antepasados humanos a través de sus deseos físicos, el continúa controlándonos a través de los deseos físicos egoístas de nuestro cuerpo.
La caída, que llegó a través del amor falso, creó una discordia entre dirección altruista de la mente y los mal dirigidos deseos físicos del cuerpo. Como resultado experimentamos desunión y lucha en nuestras relaciones verticales -con Dios, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros estudiantes- y también en nuestras relaciones horizontales -con nuestra esposa, nuestros compañeros, nuestros amigos, nuestros colegas, etc. Estas relaciones en lugar de estar caracterizadas por el amor genuino, llegaron a estar, frecuentemente, distorsionadas por la confusión que existe dentro de nosotros mismos, entre los deseos de la mente de servir a otros y los deseos del cuerpo de satisfacerse a sí mismo.
Originalmente, la mente y el cuerpo debían estar unidos y no podían separarse. La mente humana representa la mente de Dios. El cuerpo humano es el recipiente que acomoda la mente, o el lugar donde la mente habita. La separación entre estas dos ocurrió conjuntamente con la caída del hombre y trajo como consecuencia que el cuerpo humano llegara a estar bajo el dominio de Satanás y el egoísmo.
Nuestro cuerpo físico es importante, principalmente para apoyar nuestro crecimiento espiritual. Por si mismo, el cuerpo tiende a buscar sólo su propio confort y bienestar. Por ese motivo, el mal siempre busca movilizar a nuestro cuerpo para dominar y anular los deseos de nuestra mente. El amor sexual ilícito o fuera de los principios, incluso nos da la ilusión de sentirnos en unidad y alegría imitando y sustituyendo al amor verdadero. El dinero y el poder también pueden darnos la ilusión de satisfacer y realizar nuestros deseos internos por medios externos. A menudo hacemos cosas malas sólo para satisfacer nuestros propios deseos y necesidades físicas, aún a costa de perjudicar a otros.
Por otro lado, en nuestra mente, la conciencia humana se convierte en el agente de Dios. La conciencia no existe para el beneficio personal. Está implantada para actuar con rectitud. Siempre busca la bondad. La conciencia humana persigue el altruismo. Pero el cuerpo se rebela contra la conciencia. El cuerpo sólo busca su comodidad y tiende a actuar egoistamente buscando realizar sus deseos carnales. La conciencia, en cambio, trata de corregir al cuerpo y subyugarlo en la dirección de la mente. Por ello, mientras que no logremos la unidad de la mente y el cuerpo es inevitable que experimentemos conflictos y luchas internas.
Dios ejerce su influencia para estimular nuestra mente a través de nuestros deseos espirituales. Nuestros deseos espirituales buscan una satisfacción verdadera a través de actividades buenas y responsables. Somos felices haciendo primero felices a los demás.
Nuestro cuerpo, sin embargo, a menudo es atraído a buscar otros caminos sustitutos e ir en otra dirección. Cuando hay algo importante que debe ser hecho, el cuerpo pide reposo, alimento o bebida y el hombre que no está desarrollado espiritualmente se dirá; "yo quiero hacer estas cosas y debo hacerlas", pero el que verdaderamente es sabio dirá: "este que desea no soy yo y es preciso que espere". A menudo cuando se presenta la oportunidad de ayudar a alguien, el cuerpo dice; "cuánta molestia, será para mí mejor que lo haga otro", pero debemos responder a nuestro cuerpo; "tú no me impedirás ejecutar una buena obra".
El cuerpo es un animal a nuestro servicio, el caballo sobre el que cabalgamos. Por consiguiente, debemos tratarlo bien y cuidarlo, hay que nutrirlo convenientemente y mantenerlo limpio. Sin un cuerpo sano y limpio no podremos llevar a cabo el arduo trabajo que nos permita alcanzar la perfección. Pero, debemos ser siempre nosotros quiénes dominemos a nuestro cuerpo y no el cuerpo que nos domine.
En cierto sentido, nuestro peor enemigo es nuestro propio cuerpo. Debemos establecer firmemente este principio: "Debo de conquistarme a mí mismo antes de tener dominio sobre cualquier otra cosa". Si estoy controlado por mis circunstancias, significa que mi cuerpo está controlando a mi mente. Pero si puedo mantener mi posición y estado mental, sin importar donde vaya o las circunstancias difíciles en las que me encuentre, significa que mi mente controla mi cuerpo. Este choque de mente y cuerpo dentro de nosotros mismos representa la guerra entre el bien y el mal.
La mente debe de tener la fuerza interna y el poder espiritual de autocontrol necesario para superar los deseos por la comida, el sueño y el sexo, que son los tres deseos más básicos de nuestro cuerpo.
Esta es la razón por la cual las religiones tradicionales del mundo, unánimemente, enseñan el principio de la disciplina corporal por medio del ayuno, la oración, la abstinencia sexual, etc. -haciendo cosas que el cuerpo no desea hacer. La religión es el campo de entrenamiento donde los deseos incontrolados del cuerpo son reprimidos, subyugando al cuerpo hacia la voluntad de la mente. La verdadera religión enfatiza la autonegación, el autocontrol, la disciplina y nos enseña una forma de vida sacrificada para los demás. Nunca ha existido ninguna gran religión que en la historia que enfatizara el egoísmo. La gente religiosa que ha vivido en conventos y monasterios se sometió a sí misma a una vida ascética de estricta disciplina. Encontramos el caso, de monjes budistas que se sientan a meditar por años y años, tratando de remover de ellos mismos todos los deseos hasta el punto de la nada o el vacío. Haciendo esto ellos quieren encontrar el estandard básico del carácter humano. Su entero esfuerzo puede ser caracterizado en una sola frase: Ellos niegan el pequeño yo egoísta, para encontrar el verdadero ser interior. Este es su propósito.
Para lograr dominar completamente el cuerpo debemos de unirnos con Dios internamente. El mayor poder que capacita a la mente para tener dominio completo sobre el cuerpo, es la experiencia de la verdad y el amor de Dios. La mente tiene que estar en la posición subjetiva y el cuerpo en una posición objetiva con respecto a la mente. El amor de Dios y su verdad tienen el poder de unirlos armoniosamente en un todo. Esta persona de unidad es lo que la religión define como un hombre de perfección o un santo.
Por esta razón, la religión ha sido el instrumento de Dios para conducir y recuperar al hombre a Su ideal original.
Originalmente, Dios nos hizo para que vivamos nuestras vidas en felicidad y alegría. Fuimos creados para ser intoxicados no por drogas, sino por el amor de Dios. Desde que perdimos esta capacidad original, buscamos intoxicaciones antinaturales y artificiales como alcohol, mariguana u otras drogas. Sin embargo, el hombre y la mujer están creados para intoxicarse mutuamente con el amor centrado en Dios. No hay nada que supere este sentimiento de felicidad. Cada célula de nuestro cuerpo explotará de alegría, los ojos, los oídos, los tejidos de la cara, los brazos, las piernas, todo renacerá a la vida en un rapto de alegría.
Una vez que las personas descubren la forma de intoxicarse con el amor verdadero centrado en Dios, aunque se les empuje a probar las drogas, el alcohol, o cualquier otra cosa las rechazarán. Aparecerán como cosas insípidas.
Una vez que marido y esposa crecen a la perfección y son unidos en el verdadero amor de Dios, ningún poder bajo el sol puede romper ese vínculo. Les será imposible ser infieles el uno para con el otro. La mente estará completamente en control. Si nuestra disciplina es tal que nuestra conciencia rige completamente sobre las demandas de nuestro cuerpo, incluyendo la tentación del amor ilícito, entonces ganamos un boleto para el cielo.
"Hay tres realidades básicas en el infierno, que son simplemente lo contrario de las realidades del cielo. Los aspectos básicos del infierno son tres amores o deseos -- el deseo de gobernar o mandar motivado por la gloria personal, el deseo de tener lo qué pertenece a otros debido al amor por las cosas del mundo, y el placer por las relaciones sexuales fuera del matrimonio."
"Las realidades básicas del cielo son los tres deseos o amores opuestos a esos -- el amor o deseo de gobernar motivado por el afán de ser útil, el querer tener bienes debido al deseo de ponerlos en un buen uso, y el placer en el verdadero amor matrimonial"
Como podemos ver, creamos el cielo y el infierno o la felicidad y la desdicha según el uso de nuestros amores y actitudes. Por tanto, tenemos la responsabilidad de realmente recuperar y mantener la actitud correcta sobre los cuatro deseos originales, recibidos de nuestro Creador, para cumplir con el propósito de nuestras vidas.
Estos cuatro deseos originales son:
Por el contrario, el mal uso de este deseo natural nos arrastra al amor por la variedad o el sexo libre, en otros términos, el amor por la fornicación y el adulterio, que es totalmente opuesto al verdadero amor matrimonial. Al final, la gente involucrada en este tipo de amor nunca encuentra satisfacción permanente, e inevitablemente se sumergen en la decepción y la infelicidad.
Todas estas aspiraciones se relacionan con el deseo de ejercer un verdadero dominio de amor sobre el medio ambiente permitiendonos ser los verdaderos señores de la creación. ¿Pero cual es la actitud apropiada para cumplir esos deseos? Si cuando lo que poseemos se usa correctamente para el beneficio y el servicio de los demás, generando alegría y felicidad así como armonía en el medio ambiente, todo eso es perfectamente aceptable, bueno y legítimo. Por otra parte, cuando mantenemos riquezas solamente para satisfacer nuestros intereses particulares y nuestro poder y gloria personal, eso es injusto y a largo plazo resultará en insatisfacción y fracasos.
Valor y Posición. Cuando tenemos verdadero valor en nosotros mismos y las calificaciones necesarias, tarde o temprano, aun cuando no lo queramos ni lo busquemos se nos dará posición y autoridad. Por el contrario, cuando alguien disfruta de una posición para su propia gloria y beneficio, obviamente carece de valor moral y a largo plazo tal persona terminará perdiendo su posición.
Como ya hemos dicho, la actitud apropiada para realizar estas aspiraciones consiste en usar todos nuestros logros para el bien y la felicidad de los demás. De lo contrario, nuestros deseos, ambición y esperanza centrada sólo en nosotros mismos desarrolla la codicia. El ejercicio de la libertad sin estar en conformidad con la ley divina genera el libertinaje. El mal uso del amor se torna en lujuria. Nuestra dignidad y orgullo natural de ser hijos de Dios se transforma, cuando no vivimos centrados en Dios, en vanidad y arrogancia. Si no usamos apropiadamente nuestros talentos, creatividad e ingenio para ayudar a los demás a menudo se convierten en malicia.
De acuerdo al Principio Divino, nosotros tenemos dos propósitos: El propósito del conjunto que nos dirige a vivir por los demás y el propósito individual que nos conduce a buscar nuestro propio bienestar. Fuimos creados con una naturaleza original buena que mantiene esos dos propósitos en armonía. Sin embargo, como resultado de la caída nuestros deseos tienden a dirigirse en una dirección egoísta creando lo que llamamos la "naturaleza caída", la cual nos empuja a poner prioridad en el propósito individual por encima del propósito del conjunto. El egoísmo es tan común que casi ni lo reconocemos.
El egoísmo no se refiere al deseo natural de superación de cada persona. Tenemos una ambición natural de asegurar el bienestar y un deseo de alcanzar los valores más altos. Esto no es egoísmo. Estos son aspectos de la naturaleza original del hombre, otorgada por Dios. El egoísmo se refiere a la aplicación errónea mal dirigida y estrecha de nuestros deseos y ambiciones. Esta estrechez da lugar a la codicia, la envidia y la vanidad, que constituyen un veneno para nuestra vida espiritual.
El egoísmo es una perversión de nuestra naturaleza original. La vida nos presenta una serie interminable de elecciones, y por estar ciegos hacia la realidad espiritual tomamos decisiones erróneas.
El egoísmo puede compararse con la actitud de una persona, que sin suficiente información decide sus compras en el mercado. Más tarde, al recibir la información, se da cuenta que no tomó la decisión correcta. De igual forma, los que viven una vida egoísta aquí en este mundo, se sentirán frustrados después de la muerte cuando se den cuenta de sus decisiones equivocadas.
Tenemos el deseo de hacer el bien pero no lo hacemos y realizamos el mal que no deseamos. Esta es nuestra naturaleza contradictoria. De este conflicto dentro de nosotros mismos aparecen como consecuencia los conflictos en el mundo. Debido a esta situación contradictoria podemos comparar al hombre con una taza agujereada. El propósito de la taza es contener líquido, pero por otro lado lo derrama. Por esto, es prioritario tapar ese agujero al superar y erradicar nuestra naturaleza caída que se mantiene y multiplica sobre todo a través del mal uso del amor.
Después de haber causado la caída, Satanás ha extendido su poder y fortalecido su dominio sobre la humanidad. Aunque Satanás inició esta situación, él ha estado acusando a la humanidad por la violación de la ley celestial cometida por los primeros antepasados. La meta de Satanás es siempre separarnos de Dios y mantenernos en la ignorancia espiritual acerca de nuestro verdadero valor y posición como Sus hijos.
El hace esto en dos formas. Por un lado, nos acusa constantemente de desobedecer los mandamientos y las leyes del Creador. Y por otro lado, está constantemente tratando de seducirnos y tentarnos a actuar mal y probar que sus acusaciones son válidas. Satanás manipula nuestro tendencia a pecar. El explota nuestras debilidades, ambiciones, orgullo, pasiones y egocentrismo. Actua de tal forma que pensamos que estamos expresando nuestros deseos o haciendo simplemente lo que queremos. No somos los esclavos de un amo extraño sino mas bien sus complacientes súbditos. Su influencia es enteramente espiritual y a causa de que nuestra percepción espiritual está deteriorada, no podemos fácilmente identificar su influencia negativa.
Lo mismo que el crimen organizado en el mundo físico, dirigido por un padrino de la mafia al que muy raramente vemos y cuyas actividades ilegales están hechas a través de otros, Satanás nunca se aparece a nosotros abiertamente. El trabaja anónimamente y de incógnito. Satán trabaja a través de nuestra propia "naturaleza caída".
Podemos reconocer cuatro aspectos o tendencias fundamentales en nuestra "naturaleza caída":
La motivación de la caída del arcángel consistió en que no pudo amar a Adán y Eva desde el punto de vista de Dios. En su lugar, él tomó su propia dirección y tuvo envidia y celos de ellos. Encontramos que en el centro de esa naturaleza caída está el egoísmo y la tendencia de tomar una actitud crítica hacia los demás. Tratamos de enfocarnos en nuestro punto de vista parcial y egocéntrico. Despreciamos a los demás a causa de que tienen algo que nosotros no tenemos o que pueden hacer algo que nosotros no hacemos. En lugar de apreciar a otros nos comparamos y desarrollamos envidia de los demás. Estudiantes pueden sentirse celosos de otro estudiante que parece ser el favorito del profesor. En el trabajo la gente siente celos del compañero que es promovido por su excelente trabajo. En lugar de encontrar valor en los demás, muy a menudo nos satisface encontrar algo equivocado en otros para hacernos aparecer mejores.
El fallo en ver las cosas desde el punto de vista de Dios, nos aleja gradualmente de la verdad y nos induce poco a poco a creer en lo falso, a no tener confianza y finalmente a rebelarnos.
El primer error de Adán y Eva fue el de no creer en las palabras de Dios y creer en cambio en las palabras falsas del arcángel, lo que les condujo finalmente a desobedecer la dirección de Dios.
El arcángel no apreció el valor de su posición dada por Dios y en lugar de encontrar satisfacción cumpliendo su responsabilidad, él esperó encontrarla tomando el papel de Adán e incluso usurpando la posición de Dios.
En forma similar, es muy fácil para nosotros abandonar nuestra posición de responsabilidad. Escapamos de nuestras responsabilidades para buscar el camino fácil. Cuando algo va equivocado nos quejamos y el último lugar en donde queremos mirar es en nosotros mismos, tenemos la tendencia de culpar a otros de nuestros propios errores.
El resultado más crítico de esta naturaleza caída es el de buscar la experiencia completa de amor antes de madurar en corazón y carácter y la tendencia de usar a otros para experimentar un momentáneo placer sexual. El pecado de fornicación y adulterio siempre esta relacionado con el abandono de nuestra posición.
Los seres humanos eran los líderes naturales para el arcángel. Lucifer, sin embargo, rehusó someterse a Adán y Eva y en lugar de eso se impuso sobre ellos. Sin la calificación en el corazón, el sólo podía ser un falso líder manteniendo dominio a través del engaño, el miedo y la mentira.
Como Lucifer, nosotros a menudo somos arrogantes y no seguimos a la persona que es nuestro ejemplo y que esta mejor calificada que nosotros mismos. En lugar de influenciar a otros a través del amor y la verdad, tratamos de tomar control sobre los demás usando en ocasiones la fuerza y el engaño. Esto es la raíz de la explotación. El aspecto más importante de esta naturaleza caída es la tendencia de tratar de dominar a otros.
Pensamos que somos mejores que los demás a causa de nuestra posición, inteligencia, raza o nacionalidad. Otro ejemplo de la inversión del dominio del que ya hemos hablado, es el dominio de nuestros deseos carnales sobre nuestra conciencia.
A causa de esta naturaleza caída, los líderes tratan de obtener poder a través de métodos falsos como la fuerza y el engaño. El siglo XX ha sido testigo de los mayores ejemplos de este problema. A causa de esta mala experiencia con muchos líderes, tendemos a desconfiar de cualquiera en la posición de liderazgo. La envidia, la arrogancia, el odio, la agresividad, la violencia y el asesinato siempre están relacionados con esta tendencia o naturaleza caída.
Para liberarnos de esta actitud debemos de amar verdadera e incondicionalmente a los demás, saber perdonar y servir incluso a nuestros enemigos hasta que sean conquistados de forma natural por nuestro buen corazón.
De la misma forma que el arcángel multiplicó el mal en Eva y luego Eva en Adán, también nosotros tendemos a que nuestro mal se multiplique a otros.
Tratamos de involucrar a los demás en nuestra mala conducta. Cuanto mayor número acepta lo equivocado parece que se hace menos falso. El resultado de todo esto es la pérdida de valores absolutos. Todo parece depender de la aceptación de la mayoría en lugar de depender o basarnos en principios. A medida que el pecado aumenta y que más gente está equivocada, todos parecen sentir menos culpabilidad. Debido a la multiplicación del mal se pierde el estandard del bien y del mal.
A veces no estamos seguros de lo que es correcto o equivocado y se crea una gran confusión.
Existen dos resultados particulares a esta insensibilidad que permite al mal perpetuarse. Una es la desesperación y falta de esperanza que nos hace creer que no hay forma de transformar este mundo en un lugar de bondad. Y segundo es la irresponsabilidad que nos hace creer que el mal es sólo una ilusión y que desaparecerá por sí mismo.
Es importante reconocer todos estos elementos de nuestra naturaleza caída para luego poder ser victoriosos en superarla y vencer sobre el mal dentro de nosotros mismos.
Esta reacción es perfectamente natural sobre todo para ateos y agnósticos, o para todos aquellos que carezcan de una sólida creencia religiosa, también para quiénes nieguen o duden de la existencia de una vida más allá de la muerte y mantengan todavía una interpretación materialista sobre el origen, la evolución y el propósito de la vida.
Sin embargo el sostener un punto de vista materialista, agnóstico o radicalmente ateo no debería de servir de excusa para rechazar las valiosas enseñanzas morales que se derivan de esta interpretación, así como tampoco debería de servir para justificar racionalmente la inmoralidad o el mal comportamiento. Podríamos por tanto hablar de dos clases de ateos. Una, los que alegan: "No hay Dios ni existe vida después de la muerte física, de modo que puedo hacer todo lo que me plazca en este mundo". Y otra que razona: "Como Dios no existe, tengo que ser responsable por este mundo y hacer todo el bien que Dios haría si existiese". Los que se determinen a convertirse en esta clase de ateos responsables amando y sirviendo incondicionalmente a los demás y evitando el amor ilícito, pronto llegaran a descubrir la Divinidad en su interior. La raíz histórica del mal, como hemos expuesto previamente, no se originó en el ateísmo, sino mas bien en una actitud egoísta e irresponsable.
Para las personas de fe confrontadas con esta nueva interpretación, nuestro consejo sería el de la prudencia y la reflexión seria ante el desafío que siempre representan los nuevos descubrimientos. Se necesita, humildad, tolerancia y una gran apertura mental para dejar nuestros conceptos y no precipitarnos a hacer juicios previos hasta que no hagamos nuestras propias investigaciones.
Por medio de la oración intensa y sincera se podrán recibir respuestas. Otro método posible, aunque difícil, es a través de la búsqueda directa en el mundo espiritual. Este es, obviamente, el mejor lugar donde encontrar las respuestas. Ahí está el archivo total y completo de toda la historia pasada. Ahí encontraríamos a los ángeles y hombres protagonistas de todos los eventos ocurridos en el pasado. Recordemos que estos descubrimientos son una revelación lograda por el Reverendo Sun Myung Moon, después de enormes e intensos esfuerzos por los métodos arriba mencionados.
Para quiénes consideran el relato del Génesis de la Biblia, como pura y simple mitología, de igual forma es probable que vean estas nuevas revelaciones como ficción.
Sin embargo, aunque se interpretaran las cosas de este modo y se tomara este mensaje de forma simbólica, no podríamos desestimar, renunciar u olvidar el valor ético y moral de lo que aquí se expresa como una valiosa guía hacia la virtud, por las siguientes razones:
Ante la creciente amenaza de la epidemia del SIDA que desafortunadamente, debido a los falsos enfoques adoptados hasta ahora, sumergirá a ciertos paises en una crisis de proporciones catastróficas, tenemos que reconocer que sólo la castidad y la fidelidad matrimonial son el mejor y único antídoto aceptable.
El conocimiento de lo que realmente pasó en el origen, nos permite comprende mejor ciertas prácticas religiosas como el caso concreto de la circuncisión, el celibato y el sacramento del matrimonio.
Según el Génesis, Abrahán instituyó este acto ceremonial de la circuncisión, como un signo visible de la alianza que unía a los hijos de Israel con su Dios. El hombre cayó por el mal uso de sus partes sexuales y como compensación o restitución por ese acto, era cortado el prepucio de los niños. Cortar la piel del órgano sexual, nos indica la determinación de cortar las ataduras con Satanás y el amor sexual falso que él enseñó.
Estas revelaciones sobre la caída tienen un gran mérito porque precisamente nos señalan uno de los pecados que está enraizado en la estructura biológica del hombre.
Como sabemos, la caída ocurrió a través de la seducción del amor sexual. Por este motivo, todas las grandes religiones siempre consideraron a la fornicación y al adulterio entre los más grandes pecados.
En cierto sentido, y apartándonos de los detalles de sus teorías, Sigmund Freud correctamente rastreó la tragedia humana al deseo sexual no sublimado y no controlado. Los padres de la iglesia, mucho antes, ya habían conectado el pecado original con el pecado de concupiscencia.
Es significativo observar que en muchos casos exigieron a sus dirigentes y sacerdotes una vida de abstinencia sexual y celibato, como camino de santidad y purificación. Esto permitía también, establecer un estandard y ejemplo de disciplina y autocontrol que fortaleciera e inspirara a sus seguidores.
No se puede ignorar la alabanza y recomendación que Jesucristo y el Apóstol Pablo dieron a la práctica del celibato religioso para aquellas personas especiales que tenían la vocación o determinación de recorrer tal camino. (Mt. 19:12, I Cor. 7.)
Examinemos por ejemplo el caso de la Madre Ann Lee Stanley que oficialmente fundó un grupo de Cuáqueros célibes, (Shaking Quakers). Estando encarcelada en 1770 en Manchester, Inglaterra, tuvo una visión en la que Jesucristo se le apareció y le mostró gráficamente en relación al pecado original que el acto sexual fue el verdadero acto de transgresión cometido por el primer hombre y mujer en el Jardín del Edén. Después de esta sorprendente experiencia, ella y sus seguidores se establecieron en comunidades célibes en las que vivían juntos como hermanos y hermanas.
Muchos de los llamados a esta renuncia o vocación, en cierta forma, llegaron a intuir que se debía recorrer el camino de la restauración en celibato, como hermanos y hermanas, esperando por el permiso absoluto de Dios para realizar un matrimonio santo y divino que sería otorgado en un futuro. Por lo que escogían "desposarse" espiritualmente sólo con el Señor y su obra.
En el proceso de la restauración el amor vertical tiene que ensalzarse y el amor horizontal debe de negarse, debido a que la historia humana comenzó con un amor horizontal ilícito. Ahora podemos entender porqué las más prominentes religiones de la historia siempre han enfatizado la negación individual. En el afán por negar todo lo mundano, las personas religiosas más piadosas llevaron una vida ascética y aislada en busca de ese perdido amor vertical, original y verdadero, tratando de conquistar la tentación sexual y permanecer del lado de Dios. El énfasis en el celibato religioso ocurría porque tenían que resistir primero la tentación del amor impuro para poder alcanzar después el amor vertical de Dios.
Esto nos aclara porque en el Hinduismo, Budismo y muchas formas de cristianismo enseñaron que, para quiénes verdaderamente buscan lo divino, el camino más rápido y excelso requiere la abstinencia sexual.
En la Iglesia Católica por ejemplo, los sacerdotes, monjes y monjas mantienen unos votos de celibato permanente como el mejor camino espiritual para la salvación personal, así como para ejercer el ministerio a otras personas.
Si Jesucristo no se casó, es natural que sus más fieles seguidores tampoco podían ser en eso diferentes a su Maestro.
Bajo esta perspectiva, el matrimonio fue considerado por muchos padres de la iglesia como recomendable y bueno, pero, al mismo tiempo, un camino secundario o alternativo para quiénes no eran capaces de recorrer el difícil sendero de la abstinencia. El Apóstol Pablo escribió: "Pero si no pueden guardar continencia, cásense, que es mejor casarse que abrasarse" (1Cor. 7:9)
Todo esto implica, hasta cierto punto, la admisión de que el sacramento del matrimonio todavía no tiene la bendición y santificación completa de Dios.
Desafortunadamente Jesucristo sólo nos pudo dejar un modelo de perfección individual. Pero él nunca se casó, ni estableció un modelo familiar, tan necesario para que todos sus seguidores lo pudieran imitar y continuar. La ignorancia de la gente en reconocerlo como el Mesías provocó el rechazo y su posterior crucifixión, previniendo de esta forma que restaurara por primera vez en la tierra una verdadera pareja y familia, en sustitución del modelo y tradición familiar falso heredado desde la caída.
La familia cristiana, como pareja monógama y estable, por supuesto era el marco apropiado y natural para la reproducción y cuidado de los hijos, así como el mejor medio para evitar la fornicación y la promiscuidad. Pero este nivel todavía no representa la restauración completa del ideal de familia que se perdió con la caída. Como lo prueba, el hecho, admitido por los mismos teólogos cristianos, de que incluso las parejas más devotas, bautizadas y casadas dentro de la iglesia siguen transmitiendo el pecado original a sus descendientes.
Hasta el momento presente, en la mayoría de las iglesias cristianas, el vínculo del sacramento del matrimonio tiene una validez temporal y condicional como nos muestra la famosa sentencia: "Hasta que la muerte los separe". Sin embargo, todos tenemos un espíritu eterno e indestructible que Dios nos ha dado. En el mundo ideal que Dios quiere ver establecido, la muerte sólo representa la separación de nuestro cuerpo físico que se descompone, pero de ninguna manera, ese hecho nos separa o divorcia de nuestro cónyuge, hijos o personas a las que amamos y con las que finalmente nos reuniremos en el Mundo Espiritual.
Por todas estas razones, es obvio que la unión hombre y mujer realizada en ese estandard o nivel descrito anteriormente, no es aún el tipo de matrimonio celestial y eterno que Dios quería ver originalmente, de no haber ocurrido la caída.
Como más adelante se explicará, estamos todavía esperando esa bendición eterna y verdadera de Dios para el establecimiento de un matrimonio celestial que nos restaure a nuestra posición original perdida.
"Dijeron ellos (los fariseos). Nosotros no somos nacidos de fornicación; tenemos por Padre a Dios. Díjoles Jesús, si Dios fuera vuestro Padre me amaríais a mí porque yo he salido y vengo de Dios... Vosotros tenéis por padre al Diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre (Juan 8:41-48).
Jesús declaró claramente que nuestro padre no es Dios, que nuestro padre es el Diablo, que ha sido asesino y mentiroso desde el principio. ¿No es esta una declaración sorprendente?
Tanto Jesús como Juan Bautista en ciertas ocasiones se refirieron a la gente como "raza de víboras", haciendo alusión a nuestro linaje falso. (Lc. 3:7, Mt. 12:34 y Mt. 23:33).
Por lo tanto, el pecado original es un pecado que afecta el linaje y es algo que se ha transferido de generación en generación. Nacemos del linaje satánico como los descendientes del amor satánico.
Desde el momento que nuestra vida es concebida en el vientre de la madre, esa vida indirectamente tiene una conexión con el amor que en el principio enseñó Satanás en lugar de Dios. Muchos padres de la iglesia, entendieron que el pecado original se transmite desde la primera pareja a todos los descendientes a través de la relación sexual de nuestros progenitores. Hablando figuradamente, es como una especie de virus espiritual que se transmite de generación a generación.
A pesar de que no tenemos personalmente la culpa de lo que sucedió en el origen de nuestra historia, seamos conscientes o ignorantes de ello, nos guste o no nos guste, el hecho es que somos afectados y heredamos ese linaje iniciado por los primeros antepasados. Todos, en cierta forma, tenemos que lamentarnos como el autor del Salmo 51:7. "He aquí que en maldad fui formado y en pecado me concibió mi madre".
Esta tragedia llegó a la tierra por el Diablo, el arcángel caído, que inició el amor sexual del hombre en lugar de Dios. Y es por eso que Jesucristo le llama nuestro padre. Hemos caído bajo la soberanía satánica, pues Satanás llego a ser el padre falso y el dueño de este mundo.
Es claro que el pecado original es el pecado de la caída y que nosotros recibimos ese linaje de sangre satánico así como elementos o tendencias malas generación tras generación. A causa de la verdadera naturaleza de este delito o pecado original, su liquidación y restauración ha sido una tarea increiblemente difícil.
El pecado original o primero que cometieron nuestros progenitores, es como la contaminación en la raíz del árbol de la humanidad.
A partir de ese pecado la humanidad ha estado constantemente violando las leyes celestiales, generando una tradición pecaminosa. Los efectos de estos pecados de nuestros antecesores son heredados a los descendientes para su restitución. También tendríamos que añadir los pecados colectivos cometidos por un determinado grupo y que luego afectan a la nación, la raza o inclusive a toda la humanidad. Finalmente tenemos nuestros pecados personales.
Aunque es posible limpiar y restituir hasta un cierto punto, los pecados tanto personales como heredados, a través de nuestros esfuerzos al confesar nuestras culpas, pedir perdón, arrepentirse y pagar indemnización. El pecado original, que tiene que ver con el entero linaje humano, está más allá de nuestra capacidad. Por mucho que nos esforzáramos sería imposible borrar o remover el linaje caído por nosotros mismos y esta es la razón por la que la humanidad necesita un salvador.
Solamente aquel que finalmente ha descubierto lo que Satanás hizo a la primera pareja humana y a sus descendientes, podrá con el poder, la gracia y la autorización de Dios, remover el pecado original y restaurarnos al linaje divino.
Este pecado original fue el primero en ser cometido y será también el último en ser eliminado.
Una vez perdonado y eliminado nuestro pecado original será mucho más fácil construir un mundo futuro libre de pecado. Un mundo en el que cada persona con el poder e inspiración de Dios, será capaz de vencer el mal y donde Satanás jamás podrá volver a actuar y acusar al hombre.
El deseo por el amor ilícito está profundamente arraigado en el corazón humano. Los pecados sexuales y los pecados del amor son muy difíciles de superar. Sin embargo nuestra restauración nunca se logrará a menos que cada hombre sea capaz de resistir la tentación de una mujer hermosa y desnuda en la misma cama con él.
Jesucristo nos pidió un estandard muy elevado de pureza: "Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón." (Mt. 5:27-28).
Los actos inmorales casi siempre se cometen en secreto y en una sociedad libre no hay forma de prevenirlos, a menos que se eleve nuestra sensibilidad, corazon y conciencia. Simples leyes, reglamentos, castigos u otros métodos externos aceptables, prueban, tanto ahora como en el pasado, ser ineficaces para controlarlos. Como los seres humanos no podemos vivir sin experimentar el amor, si no somos capaces de vivir por las normas del amor verdadero es evidente que la alternativa es el amor ilícito.
Las personas deben ser claramente informadas de las terribles consecuencias que esa clase de comportamiento inmoral representa para nuestra vida eterna. Nuestra virginidad, que representa nuestro primer y verdadero amor, es la posesión o fortuna más valiosa y sagrada que tenemos, no hay suma en dinero que la pueda comprar. Una vez que se pierde, es irrecuperable. Por eso, cuando tenemos suficiente sensibilidad espiritual y llegamos a darnos cuenta de este hecho, es una verdadera tragedia el regalar o perder esta posesión única y sin precio en un descuidado momento de pasión o incontinencia. Desde el punto de vista interno de nuestro corazón, esa perdida puede tener consecuencias devastadoras para nuestras futuras actitudes y comportamiento.
Incluso, líderes religiosos, que con su fe guiaron a muchos y realizaron grandes obras, han sucumbido a menudo ante tales tentaciones.
No falta quiénes piensan que estas debilidades son algo natural y parte inherente a nuestra naturaleza humana y que es inútil tratar de cambiarnos.
Sin embargo, Jesucristo claramente señaló que en el contexto del amor, la perfección humana es posible: "Sed pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial." (Mat.5:48).
Paradójicamente, nuestro camino a la perfección implica por un lado llegar a desarrollar un amor verdadero e incambiable, amando y sacrificándonos por los demás, incluyendo a nuestros enemigos, aún al precio de nuestra vida. Y por otro lado abstenernos de amar en la forma equivocada, evitando seducir o ser seducidos por el amor ilícito. En síntesis, amar desde el punto de vista de Dios y rechazar el amor prohibido.
Los esfuerzos que tradicionalmente se realizaron por medio de una constante autodisciplina, o a través de un celibato permanente como medio para evitar y superar estos problemas, son encomiables y dignos de admiración. Pero desafortunadamente, no representan una erradicación o superación total del pecado, ni una solución realista y completa al problema.
¿En qué forma, entonces, se podrá finalmente resolver esta difícil situación? Es obvio, que el único antídoto o solución definitiva, sería la poderosa experiencia del amor verdadero, eterno e incambiable dentro de un matrimonio reconocido y bendecido por Dios.
El amor puro y verdadero es la medicina insustituible para curar tanto la falta de amor, como el amor contaminado. Es algo así como cuando reconocemos, conseguimos y nos satisfacemos con buena comida, abandonamos automáticamente el deseo por la comida descompuesta o la necesidad de ayunar.
La luz disipa la obscuridad y sólo lo verdadero y auténtico, extingue todo deseo por sustitutos.
Por lo tanto, solamente el logro del amor divino entre el hombre y la mujer, nos asegurarán el éxito en erradicar totalmente los deseos por un amor alternativo. Se eliminaría de una vez por todas de la conducta humana, la infidelidad, el adulterio, los divorcios, la prostitución, las violaciones y demás calamidades consecuentes. Como explicaremos más adelante, cuando analicemos la solución a este problema, la humanidad tiene que recibir a unos nuevos padres, que sustituyan a Adán y Eva, los padres caídos.
Estos nuevos progenitores, en la posición de Padres Verdaderos, representando el amor de Dios y su linaje, nos separarán del linaje falso. Eliminarán de cada hombre y mujer el pecado original. Nos injertarán en el verdadero linaje de Dios y nos transmitirán, por primera vez en la historia, la bendición para el establecimiento de un matrimonio santo y eterno reconocido por Dios.
Verdaderas familias viviendo en la tradición celestial se multiplicarán y expandirán, creando gradualmente un fundamento para realizar la soñada y esperada utopía de un mundo mejor.
En esta forma, se restaurará el ideal original e incambiable que Dios y la humanidad ansiadamente desean y que se perdió con la caída.