¿Cómo podemos saber lo que se refiere a esta primera causa, si es invisible e intangible y, por lo tanto, es inaccesible al reconocimiento de la ciencia? Según las escrituras de numerosas religiones, podemos comprender los atributos de Dios al examinar el mundo que nos rodea.
§ Lo que es invisible desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de Sus obras, Su poder eterno y Su divinidad. Romanos 1:20
§ El poder de las fuerzas espirituales está activo por todas partes en el universo. Invisible a los ojos e impalpable a los sentidos, él es inherente a todas las cosas. Confucio, Doctrina de la Vida 16.
De la misma forma que las obras de un artista nos revelan los aspectos de su personalidad, y el comportamiento de una persona nos revelan los aspectos de su carácter, de la misma manera la personalidad de Dios, El mismo, está reflejado en todo aquello que ha creado. Esto resulta naturalmente del principio de causa y efecto. ¿Podría una causa caótica engendrar un universo armonioso? ¿Podría un Dios sin corazón crear un mundo que contiene tanta belleza? Esto desafiaría toda lógica. Deducimos que se puede conocer verdaderamente la causa Dios, estudiando Sus resultados, la creación.
¿Cuáles son los atributos universales que se pueden encontrar en el mundo creado? Uno es que todas las entidades poseen los atributos de masculino o femenino o, en el reino mineral, de positivo o negativo. Este sistema de dualidad está representado por los hombres y las mujeres, los animales machos y hembras, el estambre y el pistilo de las plantas. El mundo está hecho de tal manera que todo existe y se multiplica gracias a la relación recíproca entre lo masculino y lo femenino, o lo positivo y lo negativo. Si estas características duales existen en todos lados del universo, entonces Dios, que es la causa, debe poseer en Su personalidad divina, a la vez, la esencia de la naturaleza masculina y la esencia de la naturaleza femenina.
Existe una segunda dualidad que comparten todas las cosas creadas: ellas tienen cada una un carácter interior al mismo tiempo que una forma exterior. Vemos que a cada nivel de la existencia, una conciencia, una razón, o un principio determina el comportamiento de la energía. Los seres humanos, en particular, tenemos no sólo un cuerpo compuesto de células, sino también un espíritu único que nos permite pensar y sentir de una manera. Dado que todo lo que Dios ha creado posee un doble aspecto interior y exterior, El mismo, debe poseer estas mismas características. El aspecto externo de Dios es la energía primaria, que es la causa de toda la energía física y por lo tanto de toda materia. Dios la utiliza para crear, desarrollar y conservar el cosmos. Por el contrario, el propósito y la finalidad inherentes a la creación, manifiestan el aspecto interno de Dios.
Para comprender el aspecto interno de Dios, debemos mirar nuestro propio interior; porque nosotros, Sus hijos, somos los que más nos asemejamos a El.
Los atributos principales de la personalidad humana son la sensibilidad, el intelecto y la voluntad. Nosotros poseemos la capacidad del amor desinteresado y la compulsión que nos empuja a buscar la verdad y la bondad. Damos un valor a la belleza de la naturaleza; nos alegramos de la llegada de un recién nacido; y amamos expresar nuestra propia creatividad. Aspiramos al conocimiento y a la sabiduría. Nuestra conciencia nos incita a hacer el bien y a apartarnos del camino del mal. Todos los padres desean que sus hijos sean mejores que ellos mismos. Cada uno sueña con un mundo de paz y armonía.
¿De dónde nos vienen todas estas cualidades y estas aspiraciones comunes si no de nuestro Creador? Dios debe ser la fuente de los valores que todos nosotros queremos poseer: el amor, la verdad, la belleza y la bondad. De este modo, el poder de Dios debe ser siempre guiado por una finalidad y una sabiduría, y por encima de todo, por el amor. El corazón es la esencia de Dios. El corazón es la pulsión del amor, y busca siempre un objeto al cual amar. Dios experimenta alegría en el momento en que puede intercambiar el amor con Sus hijos. Dios nos ama a todos individualmente, y se alegra cuando Le retribuimos Su amor, y de que todos lo multipliquemos amándonos los unos a los otros.
Según la Biblia, Dios dio a los seres humanos tres bendiciones: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla» (Génesis 1:28). La primera bendición, «sed fecundos», nos da el privilegio de participar en la formación de nuestro propio carácter.
Un árbol está maduro en el momento en que se hace adulto y lleva frutos. De la misma manera, un individuo «fecundo» es aquel que ha desarrollado su espíritu, su intelecto y su sensibilidad y que lleva los frutos del amor, de la sabiduría y de la bondad. Un individuo así personifica la naturaleza y el corazón de Dios y, naturalmente, vive y se comporta de acuerdo con la voluntad de Dios.
§Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, ese da mucho fruto. Juan 15:5
Aunque la humanidad haya caído en la mediocridad espiritual, Dios no ha renunciado nunca a nosotros. Con Su ayuda y mediante nuestros propios esfuerzos, llegaremos eventualmente a nuestro potencial pleno y experimentaremos la alegría infinita y la felicidad anhelada por hombres y mujeres a través de la Historia.
La segunda bendición de Dios a nuestros ancestros fue de multiplicarse, pero esto no podía ser realizado más que sobre la base de la madurez individual. No eran solamente descendientes lo que Dios deseaba que Adán y Eva multiplicasen, sino también la bondad y el amor. El nunca quiso que multiplicásemos el egoísmo y la corrupción. De hecho, Su deseo fue el de bendecir en matrimonio a un hombre y una mujer verdaderos, que hubiesen obtenido respectivamente la perfección individual, y que juntos concibiesen y educasen hijos sin pecado. A través de dichos padres, estos hijos descubren a Dios como una realidad viviente, y crecen para volverse ellos mismos hombres y mujeres perfectos, es decir espiritualmente maduros.
En una verdadera familia, el amor de Dios se expande a todos los niveles: de los padres a los hijos (amor paterno), entre el marido y la mujer (amor conyugal), de los hijos hacia los padres (amor filial), y entre los hijos (amor fraternal). Cada miembro de la familia vive para los otros y la familia entera vive para otras familias en la sociedad. De esta forma, a partir de una verdadera familia se desarrolla una sociedad, una nación y un mundo donde reinan el amor y la paz.
Podemos reconocer fácilmente que la fuerza de una sociedad reside en la fuerza de sus familias. Si no podemos establecer familias sanas, no podremos construir una sociedad sana. Una sociedad que reniega del carácter sagrado de la familia tradicional -la célula de base- y que está marcada por el crecimiento alarmante de los divorcios, de la promiscuidad y de la homosexualidad, no puede más que declinar. Es esta la razón primordial de que las principales víctimas de los hogares quebrantados y permisivos son los hijos, quienes a su vez decidirán el futuro de nuestras comunidades, de nuestras naciones y del mundo.
La tercera bendición, «llenad la Tierra y sometedla», es realizada por los individuos centrados en Dios y perfectos espiritualmente que tienen una buena relación con la naturaleza. Dios creó para nosotros un medio ambiente maravilloso para que podamos vivir allí en plenitud. La belleza de la creación es testigo de la abundancia del amor de Dios. Mientras tanto, Dios quiso que la relación del hombre con la naturaleza estuviese basada en el amor y el respeto, y no en el egoísmo, la negligencia y la explotación. No resolveremos los problemas del medio ambiente más que liberando al hombre del egoísmo y a la sociedad de la corrupción.
De la misma forma que el mundo físico es el medio ambiente creado para nuestro ser físico, el mundo espiritual es el medio ambiente creado para nuestra persona espiritual. Sin embargo nuestro pasaje por el mundo físico es temporal, mientras que nuestra vida en el mundo espiritual es eterna. El hecho de que la creación del cosmos haya tomado millones de años, implica que es necesario un período de tiempo para la formación de cualquier cosa. Una planta florida comienza por una semilla; luego, día a día, se desarrolla hasta su madurez, para finalmente producir flores y semillas para la siguiente generación. Los seres humanos también tienen necesidad de un período de tiempo para crecer física y espiritualmente. Pero, contrariamente al resto de la creación, ellos tienen una cierta responsabilidad en su crecimiento. Tenemos el privilegio de ser, junto con Dios, los co-creadores de nosotros mismos para volvernos Sus hijos y Sus hijas.
§ La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Marcos 4:28
A causa de que existimos a la vez en el mundo físico y en el espiritual, cada uno de nosotros posee una persona física y una persona espiritual. El ser espiritual, en la posición sujeto, da el objetivo y dirige a la persona física. Esta se compone de un cuerpo físico (constituido por células), y de un alma física (que se manifiesta, por ejemplo, en los deseos individuales). De la misma forma, la persona espiritual tiene un cuerpo espiritual y un alma espiritual. El cuerpo espiritual tiene una apariencia idéntica a la del cuerpo físico; es por ello que ciertas personas que tienen contactos con el mundo espiritual, son capaces de reconocer a los amigos o a los parientes difuntos. El alma espiritual es el centro del ser viviente, comprende el corazón, la sensibilidad, el intelecto y la voluntad. A través del alma espiritual, Dios es capaz de comunicarse con nosotros, de inspiramos y de guiar nuestro crecimiento espiritual.
§ Este mundo es como un vestíbulo del mundo por venir; preparaos en ese vestíbulo antes de entrar a la gran sala. Mshnah, Abot 4:21
El crecimiento espiritual no es automático; la persona espiritual tiene la necesidad de la persona física para crecer, y esta última es como el vientre materno para el espíritu. Cada vez que una persona actúa de acuerdo con la voluntad de Dios y los principios del amor y del servicio, su alma recibe la vitalidad de su cuerpo, ella experimenta entonces la alegría verdadera, se vuelve más receptiva al amor y a la verdad de Dios, y crece. En el momento en que la persona espiritual se ha desarrollado perfectamente y ha realizado el objetivo de la vida, su apego al cuerpo no es ya más esencial; entonces, luego de la muerte física, ella prosigue su vida libremente, por la eternidad, en el mundo espiritual.
Dios es un Ser todopoderoso, de amor infinito y de bondad; y a pesar de ello, el mal existe. El Reverendo Moon ha luchado durante numerosos años para descubrir la causa del mal. Si miramos en nosotros mismos, descubrimos que tenemos dos deseos contradictorios: el primero nos incita a valorizar y a ayudar a los demás, y el segundo nos empuja a buscar primero nuestro propio interés, en menosprecio o en detrimento de los otros. ¿De dónde viene este conflicto? Es posible que Dios, luego de haber creado un universo de belleza y de equilibrio, se haya luego equivocado y haya concebido en el interior mismo de Su creación suprema, una contradicción, como un agujero en el fondo de una taza? Esto es imposible.
§ Si hubiese, en los cielos y sobre la tierra, otros dioses que Dios, habría habido confusión en los dos. Corán 21:21
Ningún documento histórico narra la aparición del mal en este mundo. La Biblia cuenta que Adán y Eva cometieron el primer pecado, pero este relato está envuelto en simbolismo y no explica claramente lo que Adán y Eva hicieron. Sin ninguna duda, el pecado de los primeros ancestros tuvo consecuencias formidables, dado que todos sus descendientes fueron afectados por este. El Reverendo Moon ha descubierto cómo los primeros ancestros humanos perdieron su relación con Dios, y por qué sus descendientes se encuentran separados de Dios.
La Biblia habla del Jardín del Edén, en el centro del cual había dos árboles: el «árbol de la vida» y el «árbol de la ciencia del bien y del mal», portador de un fruto prohibido. En este.-jardín vivían Adán y Eva, Dios les dio la siguiente orden: no comáis del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, o moriréis. Luego apareció una serpiente y convenció a Eva para que comiese la fruta, a pesar de la orden de Dios. Eva, a su vez, compartió la fruta con Adán. Fue entonces que el hombre y la mujer experimentaron el miedo y la vergüenza, cubrieron sus partes sexuales y se escondieron de Dios. El les cerró el camino que llevaba al árbol de la vida y los expulsó del jardín.
Luego de haber pecado, Adán y Eva, avergonzados, cubrieron súbitamente las partes sexuales de sus cuerpos (Génesis 3:7). ¿Por qué? Si Adán y Eva hubiesen pecado comiendo un fruto literal, ellos hubieran cubierto sus bocas de vergüenza. La Biblia dice: «¿He disimulado mis transgresiones como Adán, he ocultado mi falta en mi seno?» (Job 31:33). Este versículo indica que el pecado de Adán y Eva comer el fruto fue un acto sexual, lo que fue la intuición de grandes teólogos como San Agustín.
A través de la expulsión, Adán y Eva, los primeros ancestros, perdieron su pureza y adquirieron una tendencia al egoísmo que ellos transmitieron como una enfermedad hereditaria a sus hijos. Las consecuencias fueron trágicas: Abel no pudo compartir la bendición de Dios con su hermano mayor y los celos de Caín causaron la primera muerte de la historia humana. Este fue el principio de un ciclo de odio y de violencia que se ha continuado hasta estos días.
La expulsión original del hombre fue en realidad la deformación y la destrucción del amor verdadero. Este amor verdadero, hecho de sacrificio y no de posesión egoísta, debiera ser el centro mismo de la vida humana y la esencia del Reino de los Cielos sobre la Tierra. En lugar de esto, el amor egoísta se ha vuelto norma en las relaciones humanas, y ha engendrado el infierno sobre la Tierra. Las relaciones sexuales debieran ser la expresión más hermosa y la más sagrada del amor eterno entre el marido y la mujer.
Desgraciadamente, mucha gente confunde el amor con el sexo, y lo reduce a un acto únicamente carnal. Mientras que la sexualidad no hubiera debido ser realizada más que en los lazos sagrados del matrimonio, hoy el amor ha sido alterado de tal manera que los hombres y las mujeres se permiten todas las formas de la sexualidad fuera del matrimonio. A causa de estos abusos de las relaciones sexuales, se ha practicado el celibato en diferentes religiones como un medio de acercarse a Dios.
La degradación de la sexualidad siempre ha sido un fenómeno trágico en la sociedad humana, pero sin duda el problema no ha sido jamás tan agudo como hoy. En efecto, los padres, los educadores y los responsables religiosos, quienes se esfuerzan en inculcar valores tales como la abstinencia sexual a los jóvenes, deben afrontar la influencia colosal de la industria del espectáculo y de los medios de difusión, quienes se apoyan en temas e imágenes sexuales para atraer la audiencia más amplia posible.
El misterio por el cual Dios no intervino para impedir la caída, está relacionado con el principio de la libertad humana. Dios nos dio el don de la libertad de manera que pudiésemos responder a Su amor. La libertad no funciona sin la responsabilidad. Y el hombre tiene una parte de responsabilidad que cumplir.
Ciertas personas piensan que Dios controla la historia humana. Pero, en realidad, el progreso de la humanidad depende de nuestra parte de responsabilidad. La gracia de Dios siempre nos es accesible, porque Su corazón desea ardientemente la salvación de todos Sus hijos. Pero como nosotros somos los responsables de la expulsión, depende de nosotros el establecer las condiciones de nuestra salvación.
La Biblia revela que la Historia tiene un objetivo, un orden y una dirección. La finalidad que la Historia persigue es invertir el curso de la expulsión para salvar a la familia del pecado original, con el fin de crear la base para la Llegada del Mesías. Nosotros llamamos a esta dimensión oculta de la Historia la Providencia de la Restauración. La humanidad debe estar muy seriamente preparada para recibir al Mesías. De otra manera, el Hijo de Dios no tendría ninguna oportunidad de ser comprendido y recibido por sus contemporáneos.
Dios quería realizar este fundamento en la primera familia. Al principio pidió a los dos hijos de Adán, Caín y Abel, que le hiciesen una ofrenda para atestiguar su fe. El deseaba que Caín respetase y amase a su joven hermano Abel. Esta condición hubiese restaurado la inversión de las posiciones que se operó en el momento de la Expulsión, cuando el arcángel Lucifer, en posición de primogénito, dominó a Adán, en posición de segundo de la familia. Caín y Abel hubieran establecido entonces un fundamento real de amor en su familia. Esta base hubiese podido ser extendida a Eva y finalmente a Adán. Pero, en aquello que fue la primera muerte de la historia humana, Caín mató a Abel, reproduciendo la destrucción de Adán por Lucifer.
Tuvieron que pasar muchas generaciones antes de que Dios encontrase un hombre leal cuya familia estuviese en estado de reparar el fracaso de la familia de Adán. Noé fue este hombre que estableció el Fundamento de la Fe, obedeciendo la orden de Dios de construir el arca, y que permanece fiel a El durante el largo tiempo del diluvio. Mientras tanto, Cam, el segundo hijo de Noé, en lugar de mostrarse leal hacia este hombre ejemplar, del cual debía heredar el Fundamento de la Fe, tuvo vergüenza de su padre y lo juzgó severamente. A causa de esta falta de unión, la Providencia de Dios para enviar el Mesías fue otra vez postergada.
Cuatrocientos años más tarde, Dios llamó a Abraham para que dejara su ambiente pecaminoso, la ciudad de Ur, para errar en el desierto. Abraham demostró una fe absoluta al obedecer la orden de Dios de sacrificara a su hijo, Isaac. Esto repara el fracaso de Cam uniéndose a su padre y ofreciendo voluntariamente su vida en sacrificio.
Jacob, el hijo menor de Isaac, trabajó con su madre Rebeca, logró reconciliarse con su hermano mayor Esaú, quien había jurado matarlo. Luego de esta victoria Dios bautiza a Jacob «Israel» y funda el pueblo elegido a partir de su descendencia. Al eliminar el resentimiento de Esaú (que como hermano mayor estaba en la posición de Caín), Jacob estableció el modelo de la victoria sobre Satanás y de la restauración del reino del amor de Dios. Al mismo tiempo, Rebeca restauró el fracaso de Eva a guiar a Abel. Dios pudo entonces reclamar como suyos a los descendientes de Jacob, cuya descendencia encarnó, no sin frecuentes desviaciones, la tradición celestial de abnegación y el vivir para el bien de los demás. Dios comenzó entonces Su Providencia para establecer el Fundamento nacional para la Llegada del Mesías. El guió y educó a los israelitas, los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Y les hizo atravesar numerosas pruebas para fortificar su fe. El les reveló que un día Les enviaría al Mesías, quien instauraría una nueva era de paz y de justicia. El pueblo de Israel se puso a esperar ardientemente la Llegada del Mesías.
Jesucristo apareció luego de dos mil años de historia judía, para establecer el Reino de los Cielos sobre la Tierra.
Dios había llevado a cabo, además, todo un trabajo de preparación para la expansión mundial de la misión de Jesús. Concentrando Sus esfuerzos sobre la nación de Israel, Dios preparó también al resto del mundo para la llegada del Mesías. Antes de Jesús se constituyó el inmenso Imperio Romano, con su amplia red de comunicaciones. Este se había extendido en forma muy amplia, tocando la mayor parte de las otras civilizaciones avanzadas.
Dios preparó también inferiormente al mundo para la Llegada del Mesías. En la India, Gautama Buda rechaza la comodidad de su palacio para buscar el verdadero camino de la vida. A partir de su ejemplo y de sus enseñanzas se desarrolló el Budismo, que se convirtió en una de las religiones más influyentes de Oriente. En China, apareció Confucio, quien enseñaba un humanismo ético muy elevado. En Grecia, los grandes filósofos clásicos, Sócrates, Platón y Aristóteles, buscaron ardientemente el conocimiento y se esforzaron por definir las normas éticas.
Por estos y otros medios, Dios creó la base para el establecimiento de Su Reino sobre la Tierra, del cual Jesús habló frecuentemente. Jesús debía desterrar el pecado del hombre y crear familias ideales centradas en el amor a Dios. A través de dichas familias, Jesús hubiera podido establecer el mundo del amor verdadero. El objetivo de Dios nunca ha cambiado.
Mientras tanto, los profetas también habían predicho que sin la fe del pueblo de Israel en el Hijo de Dios, Jesús estaría obligado a soportar el sufrimiento. Para impedir esto, Dios envió a Juan Bautista, con la misión de «Preparar el camino para el Señor». Juan llevaba una vida ascética, ejemplar, y era respetado a lo largo de todo Israel. Entretanto, mientras rendía testimonio a Jesús como el Mesías, él falló en seguir a Jesús (Mateo 1 1, Juan l). Desde el comienzo de su ministerio, Jesús pedía a la gente que «creyeran en él como el enviado de Dios».
§ Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo:«¡Si también tu conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos.» Lucas 19:41-42
Jesús hizo todo lo que pudo para convencer a sus contemporáneos de que El era el Hijo de Dios. Sin embargo, ellos se rehusaron a creerle. Es evidente que si ellos hubiesen comprendido quién era Jesús, nunca lo hubiesen perseguido y rechazado. Como lo dijo el apóstol Pablo, «desconocida (la importancia de Jesús) de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubiesen crucificado al Señor de la Gloria» (1 Corintios 2:8). Fue con un torrente de lágrimas que el Reverendo Moon recibió la revelación de esta verdad oculta hasta este momento. Nadie ha llorado tanto por el sufrimiento de Jesús.
En el momento en que se hizo evidente que el pueblo de Israel no lo aceptaría como el Mesías, Jesús supo que no tenía otro camino posible para traer la salvación, que el de amar y perdonar a aquellos mismos que lo rechazaban, hasta la muerte. Mediante este acto de grandeza, Jesús se separó de Satanás y permitió al poder de Dios resucitarlo, creando así un espacio de salvación espiritual para todos aquellos que eligieron seguirle.
La vida y el sacrificio de Jesús dieron testimonio del poder del amor verdadero y del sacrificio. Hasta la llegada de Jesús, el pueblo se regía por la ley del talión, que pedía venganza para toda injusticia - ojo por ojo, diente por diente -. Jesús mostró que Dios no es un Dios de venganza, sino un Dios paternal que perdona y ama a Sus hijos en forma incondicional a pesar de sus pecados. Mientras tanto, a pesar del sacrificio de Jesús, la humanidad debe siempre esperar al Señor del Segundo Advenimiento, que viene para eliminar completamente el pecado físico y espiritual y establecer finalmente el Reino de Dios sobre la tierra.
Luego de la muerte y de la resurrección de Jesús, Dios comenzó a trabajar a través de la segunda Israel, la comunidad de cristianos, para preparar el retorno del Mesías. Durante los cuatro siglos que siguieron, los cristianos sufrieron, como anteriormente los hebreos en Egipto. Muchos fueron hervidos en aceite, enviados a los leones como alimento, o quemados vivos. A pesar de esta terrible persecución, los cristianos no abandonaron su fe. Al contrario, la persecución la reforzó y, con el poder de Dios, ellos volvieron a expandir las enseñanzas de Jesús.
Durante dos mil años el Cristianismo atravesó un camino paralelo a los veinte siglos de la historia bíblica de Israel. Hoy, el ciclo se ha logrado y la historia cristiana ha alcanzado su conclusión final. Y, no obstante, la civilización cristiana se hunde. ¿Por qué? Numerosos cristianos creen que el tiempo presente es el del Retorno de Cristo, el momento histórico de la acción decisiva de Dios. ¿Pero el Cristo vuelve en las nubes? Absolutamente no.
Como Adán y Eva no cumplieron con el ideal de Dios, y como Jesús fue rechazado por sus contemporáneos, quienes impidieron instalar el Reino de Dios sobre la tierra, debe venir un nuevo Mesías como el tercer Adán físico para concluir la misión de Jesús. Dado que el Mesías debe ser el ejemplo de un individuo perfecto -para cumplir la primera bendición- él debe nacer sobre la tierra, como nacieron Adán y Jesús. Para cumplir la segunda bendición, debe casarse, y con su esposa debe establecer una familia ideal. El debe igualmente guiar en forma práctica a la humanidad para resolver los conflictos entre las naciones, las razas, las religiones y las culturas, para establecer finalmente un mundo de paz y de amor absoluto.
El tercer Adán viene para hablar clara y abiertamente de la verdad, para librar a los hombres y a las mujeres del sufrimiento y de la ignorancia, y para instalar el Reino de Dios sobre la Tierra. Su motivación esencial, sin embargo, es liberar el corazón sufriente de Dios.
El Principio Divino enseña que el Señor del Segundo Advenimiento nació cerca de 1920 en Corea. Pero, como Jesús hace dos mil años, se puede esperar que sea perseguido e incomprendido. De hecho, Jesús mismo nos lo advirtió cuando preguntó: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará la fe sobre la Tierra?»