El Principio Divino
CAPITULO VII
Cristología
Los hombres caídos que están en camino hacia la meta de la salvación aún tienen que resolver muchas preguntas. Las más importantes de todas son aquellas referentes a la relación entre Jesús y el Espíritu Santo centrados en Dios, la relación entre Jesús, el Espíritu Santo y el hombre caído, el renacimiento, la Trinidad y todas las demás que entran dentro del campo de la Cristología. Hasta ahora nadie ha contestado completamente estas preguntas. A causa de ello, hay mucha confusión en la vida de fe y en las doctrinas del Cristianismo. Para resolver estas cuestiones primero debemos comprender el valor del hombre original recibido en su creación. Estudiemos esta cuestión antes de ver las demás.
SECCION I
El Valor del Hombre que ha Cumplido el Propósito de la Creación
Estudiemos el valor del hombre que ha cumplido el propósito de la creación; es decir, el valor de Adán perfecto.
Primero, estudiemos la relación entre Dios y el hombre perfecto según el punto de vista de «las características duales» Conforme al principio de la creación, el hombre fue creado con mente y cuerpo según el modelo de las características duales de Dios. La relación mutua que existe entre Dios y el hombre perfecto puede ser comparada a la relación entre la mente y el cuerpo del hombre.
De igual manera que el cuerpo fue creado como el objeto substancial de la mente invisible a la cual refleja, así también el hombre fue creado como el objeto substancial del Dios invisible, hecho según Su imagen. Así como no podemos separar a la mente y el cuerpo cuando forman una unidad en un hombre perfecto centrado en Dios, de igual forma nunca podremos romper la relación establecida por Dios y el hombre perfecto cuando forman un solo cuerpo a través del fundamento de cuatro posiciones, porque en este estado el hombre vive en perfecta unión con el corazón y los sentimientos de Dios. De esta manera, el hombre que cumple el propósito de la creación llega a ser el templo donde Dios habita constantemente (1 Co. 3:16), asumiendo así divinidad (ref. Parte I, Cap. I, Sec. III, 2). Como Jesús dijo, el hombre debe llegar a ser perfecto como nuestro Padre Celestial es perfecto (Mt.5:48). Por consiguiente, el hombre que ha cumplido el propósito de la creación asume el valor divino de Dios.
Segundo, consideremos el valor del hombre centrados en el propósito por el cual fue creado. El propósito de Dios al crear al hombre fue sentir felicidad a través de él. Cada individuo tiene características especiales que los demás no tienen.
Aunque el número de gente en la tierra es muy grande, no se pueden encontrar dos personas con individualidades idénticas. Por lo tanto, en toda la creación sólo hay un individuo que, al formar una base recíproca con las esencialidades duales particulares de Dios que están en la posición de sujeto para ese individuo, pueda devolver alegría estimulante a Dios como Su objeto substancial (ref. Parte I, Cap. I, Sec. III, 2). Cualquier hombre que haya cumplido el propósito de la creación es una existencia única en todo el universo. La afirmación de Buda, «Yo soy mi propio Señor en todo el cielo y la tierra», es razonable a la luz de este principio.
Tercero, estudiemos el valor del hombre desde el punto de vista de la relación entre el hombre y el resto de la creación. Al comprender la relación entre el hombre y el resto de la creación, de acuerdo con los principios de la creación, podremos apreciar mejor el valor del hombre perfecto. El hombre fue creado para dominar el mundo invisible con su espíritu y el mundo visible con su cuerpo físico. Por consiguiente, el hombre que ha cumplido el propósito de la creación llega a ser el señor de toda la creación (Gn. 1:28). Así , el hombre tiene que gobernar el mundo visible y el invisible, con su cuerpo físico y su espíritu. De esta manera, los dos mundos juntos forman un objeto substancial de Dios al efectuar la acción de dar y tomar, con el hombre como el mediador.
De acuerdo con los principios de la creación, sabemos que el mundo de la creación es el desarrollo substancial de las esencialidades duales del hombre. En consecuencia, el espíritu del hombre es el resumen substancial de todo el mundo invisible, mientras que su cuerpo físico es el resumen substancial de todo el mundo visible. Por ello, un hombre que ha cumplido el propósito de la creación es el resumen substancial de todo el cosmos. Por esta razón se dice que el hombre es un microcosmos. El hombre tiene un valor equivalente al de todo el macrocosmos, como está escrito (Mt. 16:26): «Pues, ¿de qué servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?»
Supongamos que hay una máquina perfecta. Si las piezas de la máquina son las únicas de su clase en todo el mundo y no pueden ser conseguidas ni hechas de nuevo, una sola pieza tendría un valor correspondiente al de toda la máquina, aunque sea la más trivial, debido a que sin ella la máquina no podría funcionar. De la misma forma, la individualidad de un hombre perfecto es única. Así, aunque parezca algo insignificante, tiene un valor equivalente al de todo el universo.
SECCION II
Jesús y el Hombre que ha Cumplido el Propósito de la Creación
1. JESUS Y ADAN PERFECTO SEGUN LA RESTAURACION DEL ARBOL DE LA VIDA
La historia humana es la historia de la providencia cuyo fin es establecer el Reino de los Cielos sobre la tierra, restaurando el Arbol de la Vida (Ap. 22 :14) que fue perdido en el Jardín del Edén (Gn. 3 :24). Podremos conocer la relación entre Jesús y Adán perfecto comprendiendo la relación que existe entre el Arbol de la Vida del Jardín del Edén (Gen. 2: 9) y el Arbol de la Vida que tiene que ser restaurado en la consumación de la historia (Ap. 22:14).
Como ya hemos estudiado en detalle en «La Caída del Hombre», si Adán hubiera realizado el ideal de la creación, se habría convertido en el Arbol de la Vida (Gen. 2:9); y todos sus descendientes también habrían llegado a ser árboles de la vida. Sin embargo, Adán cayó, anulando la voluntad (Gen. 3:24), y desde entonces, la esperanza de los hombres caídos ha sido siempre restaurarse como el Arbol de la Vida (Pr. 13 :12, Ap. 22 :14). Ya que el hombre caído no puede restaurarse como el Arbol de la Vida por su propio esfuerzo, debe venir un hombre que haya cumplido el ideal de la creación como el Arbol de la Vida, y todos los hombres deben injertarse en él. Cristo, simbolizado como el Arbol de la Vida (Ap. 22:14), es este hombre que tiene que venir.
Por consiguiente, el Adán perfecto, simbolizado por el Arbol de la Vida del Jardín del Edén, y Jesús, representado también por el Arbol de la Vida (Ap. 22:14), son idénticos desde el punto de vista de ser hombres que han realizado el ideal de la creación.
2. JESUS Y EL HOMBRE QUE HA CUMPLIDO EL PROPOSITO DE LA CREACION
Hemos ya explicado en la Sección I el valor del hombre perfecto. Consideremos ahora la diferencia entre Jesús y el hombre perfecto. Como ya conocemos de las explicaciones anteriores, un hombre perfecto, a la luz del propósito de la creación, debería ser perfecto, como Dios es perfecto (Mt. 5 :48). Así, el hombre perfecto es tan valioso que incluso posee divinidad. Dado que Dios es eterno, el hombre, que fue creado como Su objeto substancial, también debería ser eterno, después de su perfección.
Además, el valor de la existencia de todo el macrocosmos no puede ser completado sin el hombre perfecto, debido a que es un ser único y señor de toda la creación. Por consiguiente, el hombre tiene el mismo valor que todo el macrocosmos.
Jesús es verdaderamente un hombre de este valor. Por muy grande que sea su valor, no es posible asumir un valor más grande que el del hombre que ha cumplido el propósito de la creación. Por tanto, no podemos negar que Jesús era un hombre que ha cumplido el propósito de la creación.
El Principio no niega la actitud de fe mantenida por muchos cristianos de que Jesús es Dios, ya que es cierto que un hombre perfecto forma un solo cuerpo con Dios. Además, cuando el Principio afirma que Jesús es un hombre que ha cumplido el propósito de la creación, no significa disminuir su valor en lo más mínimo. Sin embargo, el Principio considera que el valor original del hombre perfecto es igual al de Jesús. Hemos explicado ahora que Jesús era un hombre que ha cumplido el propósito de la creación. Veamos entonces los versículos bíblicos que prueban esto.
En 1 Timoteo 2:5, está escrito: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también». Encontramos en Romanos 5 :19, «En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre [Adán], todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo [Jesús], todos serán constituidos justos», además se explica (1 Co. 15:21), «Porque, habiendo venido por un hombre [Adán], la muerte, también por un hombre [Jesús] viene la resurrección de los muertos». La Biblia también dice (Hch. 17:31), «porque ha fijado el día en el que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado...». En Lucas 17:26, se dice: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre». Así, la Biblia demuestra muy claramente que Jesús es un hombre. Ante todo, él tenía que venir como un hombre con el fin de ser el Padre Verdadero de la humanidad, dando así al hombre un renacimiento.
3. ¿ES JESUS DIOS MISMO?
Cuando Felipe le pidió a Jesús que le mostrara a Dios, Jesús le contestó: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn. 14:9-10). Además, la Biblia dice: «En el mundo estaba y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció» (Jn. 1 :10). Además, está escrito: «En verdad, en verdad os digo: antes que naciese Abraham, yo soy» (Jn. 8 :58). Basándose en todos estos versículos bíblicos, muchos cristianos han creído hasta ahora que Jesús es Dios mismo, el Creador.
Como demostramos anteriormente, Jesús, como un hombre que ha cumplido el propósito de la creación, es un solo cuerpo con Dios. Así, a la luz de su divinidad Jesús puede muy bien llamarse Dios. Sin embargo, no puede ser de ninguna manera Dios mismo. La relación entre Dios y Jesús puede ser comparada a la que existe entre la mente y el cuerpo. El cuerpo, como el objeto sustancial que refleja a la mente, forma un solo cuerpo con la mente. Así el cuerpo puede ser llamado la segunda mente (la imagen de la mente), pero el cuerpo de ningún modo puede ser la mente misma. De igual manera, Jesús, al ser un solo cuerpo con Dios, puede ser llamado el segundo Dios (la imagen de Dios), pero de ninguna forma puede ser Dios mismo. Es verdad que quien ha visto a Jesús ha visto a Dios (Jn. 14:9-10); pero Jesús no dijo esto para indicar que él era Dios mismo.
Está escrito (Jn. 1:14), que Jesús es la Palabra hecha carne. Esto significa que Jesús es la subtancialización de la Palabra; es decir, la encarnación de la Palabra. Luego, se escribe (Jn. 1:3) que todas las cosas fueron hechas por la Palabra, y de nuevo (Jn. 1:10) se dice que el mundo fue hecho por Jesús; naturalmente, Jesús puede ser llamado el Creador. De acuerdo con los principios de la creación, el mundo de la creación es el desarrollo substancial del carácter y la forma de un hombre con individualidad perfecta. Así, un hombre que haya cumplido el propósito de la creación es el resumen substancial de todo el cosmos y es también el centro de armonía de toda la creación. En este sentido, se puede decir también que el mundo fue creado por un hombre de perfección. Dios planeó que el hombre, después de alcanzar la perfección cumpliendo su propia parte de responsabilidad, se situara en la posición de ser el creador sobre todas las cosas, dándole incluso Su propia naturaleza creativa.
Visto según esta perspectiva, podemos comprender que la Biblia (Jn. 1:10) sólo aclara el hecho de que Jesús era un hombre que ha cumplido el propósito de la creación, lo cual no quiere decir que él era el Creador mismo.
Jesús era un descendiente de Abraham; pero ya que vino como el nuevo progenitor humano para dar renacimiento a toda la humanidad, a la luz de la providencia de la restauración, Jesús era el antepasado de Abraham. Por esta razón, Jesús dijo (Jn. 8:58): «...antes que naciese Abraham, yo soy».
Debemos comprender que esto no significa que Jesús fuera Dios mismo. Jesús en la tierra era un hombre que no se diferenciaba de nosotros excepto en el hecho de que no tenía pecado original. Incluso en el mundo espiritual después de su resurrección, él vive como un hombre espiritual con sus discípulos. La única diferencia entre ellos es que Jesús vive como un hombre espiritual en la etapa de espíritu divino, emitiendo una luz brillante, mientras que sus discípulos son los objetos que reflejan su luz.
Además, Jesús ha estado intercediendo por nosotros ante Dios incluso después de su resurrección en el mundo espiritual (Rm. 8:34), al igual que en la tierra. Si Jesús es Dios mismo, ¿cómo puede interceder por nosotros ante Dios? También, vemos que Jesús clamó a «Dios» o al «Padre» pidiéndole ayuda, lo cual es una buena prueba de que no era Dios mismo (Mt. 27:46, Jn. 17:1). Si Jesús fuera Dios mismo, ¿cómo podría haber sido tentado por Satán y finalmente crucificado por las fuerzas del mal? Además, cuando leemos que Jesús dijo en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío! ¿porqué me has abandonado?», ya no hay duda de que Jesús no es Dios mismo.
SECCION III
Jesús y el Hombre Caído
El hombre caído, careciendo del valor del hombre original que ha cumplido el propósito de la creación, cayó en una posición tan baja que incluso llegó a admirar a los ángeles, que fueron creados para servirlo. Pero Jesús tenía el valor de un hombre que ha realizado el propósito de la creación y esto le calificaba para dominar a todo el cosmos, incluyendo a los ángeles (1 Co. 15:27).
Además, el hombre caído, teniendo el pecado original, es aún susceptible a la invasión de Satán. Pero Jesús, al no tener pecado original, no tiene ninguna susceptibilidad. El hombre caído no conoce el corazón y la voluntad de Dios; y si ha tenido algún conocimiento, siempre ha sido muy limitado. Sin embargo, Jesús estaba viviendo en la posición en la que conocía completamente el corazón de Dios y experimentaba Sus sentimientos como si fueran los suyos propios.
Por consiguiente, el hombre no tiene ningún valor mientras permanezca en el estado caído; pero cuando renazca a través de Cristo, el Padre Verdadero, y cuando se convierta así en un hijo del bien, limpio del pecado original, entonces se restaurará como un hombre que ha cumplido el propósito de la creación, al igual que Jesús. Esto es similar a la relación entre un padre y un hijo, en la que el valor original de ambos no difiere en lo más mínimo, sólo el orden es diferente, uno es el padre y el otro es el hijo.
Por esto, Cristo es la cabeza de la Iglesia (Ef. 1:22) y nosotros somos su cuerpo y miembros (1 Co. 12:27). De acuerdo con esto, Jesús es el templo principal y nosotros somos los templos dependientes. Jesús es la vid y nosotros somos los sarmientos (Jn. 15:5); y nosotros, como ramos de olivo silvestre, debemos injertarnos en Jesús, el Olivo Verdadero, con el fin de convertirnos en verdaderas ramas (Ro. 11:17). Así, Jesús nos llamó amigos (Jn. 15:14). Además, la Biblia dice que cuando Jesús se manifieste, seremos semejantes a él (1 Jn. 3 :2). La Biblia también dice que Cristo es «las primicias» y nosotros quienes pertenecemos a Cristo seremos los siguientes, indicando sólo una diferencia de tiempo y orden (1 Co. 15:23).
SECCION IV
El Renacimiento y la Trinidad
La teoría de la Trinidad ha sido considerada en el mundo teológico como una de las cuestiones más difíciles de resolver. Asimismo, no se ha dado una solución fundamental a otra pregunta referente a la teoría del renacimiento, que estudiaremos ahora.
1. EL RENACIMIENTO
(1) Jesús y el Espíritu Santo según el punto de vista del renacimiento
Jesús le dijo a Nicodemo, un líder de los judíos, que a no ser que naciera de nuevo no podría ver el Reino de Dios (Jn. 3 :3). «Nacer de nuevo» significa nacer por segunda vez. Estudiemos por qué razón los hombres caídos deben nacer de nuevo.
Si Adán y Eva, cumpliendo el ideal de la creación, se hubieran convertido en los Padres Verdaderos de la humanidad, sus descendientes habrían realizado el Reino de los Cielos sobre la tierra, como hijos del bien sin pecado original. Sin embargo, al caer, se convirtieron en los padres malos de la humanidad y multiplicaron hijos malos, construyendo así el Infierno en la tierra. Por lo tanto, como Jesús le dijo a Nicodemo, los hombres caídos no podrán ver el Reino de Dios a no ser que nazcan de nuevo como hijos sin pecado original.
Para nacer necesitamos a nuestros padres. Entonces, ¿quiénes son los padres del bien que nos van a dar nacimiento por segunda vez como hijos sin pecado original, capacitados para entrar en el Reino de Dios?
Es imposible que los padres malos con pecado original den nacimiento a hijos del bien sin pecado original. Naturalmente, no podemos esperar encontrar a los padres del bien entre los hombres caídos. Estos padres deberían «descender» del Cielo. Jesús, que vino del Cielo, era el Padre Verdadero de la humanidad. En otras palabras, él vino como el Padre Verdadero con el fin de realizar el Reino de los Cielos sobre la tierra, dando renacimiento a los hombres caídos como hijos del bien sin pecado original.
Por ello, se dice (1 Pe 1:3): «...por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva» Jesús vino como el Padre Verdadero en la posición que Adán no pudo cumplir. Por esta razón, la Biblia dice que Jesús es el segundo Adán (1 Co. 15 :45); que él es el «Padre Eterno» (Is. 9:6); y que Dios mandaría de nuevo a Elías, el profeta, que haría volver los corazones de los hijos (hombres caídos) a su padre (Jesús), para que pudieran también llegar a ser sus hijos (Ml. 3:24). Además, está escrito que Jesús volverá de nuevo con sus ángeles en la gloria de su Padre (Mt 16 :27).
Sin embargo, un padre solo no puede dar nacimiento a los hijos. Debe haber una Madre Verdadera junto con el Padre Verdadero para dar renacimiento a los hombres caídos como hijos del bien. Ella es el Espíritu Santo. Por esta razón Jesús le dijo a Nicodemo que nadie puede entrar en el Reino de Dios a no ser que nazca de nuevo a través del Espíritu Santo (Jn. 3:5).
Hay muchas personas que reciben revelaciones que indican que el Espíritu Santo es un espíritu femenino. Esto es debido a que ella vino como la Madre Verdadera, es decir, la segunda Eva. Además, ya que el Espíritu Santo es un espíritu femenino, no podemos llegar a ser la «novia» de Jesús si no recibimos el Espíritu Santo. Así, el Espíritu Santo es un Espíritu femenino que consuela y conmueve los corazones de la gente (1 Co. 12 :3). Ella también restaura a la gente limpiando sus pecados, indemnizando así el pecado cometido por Eva. Jesús, siendo masculino (positividad) trabaja en el cielo, mientras que el Espíritu Santo, siendo femenino (negatividad) trabaja en la tierra.
(2) Jesús y el Espíritu Santo según el punto de vista de las escencialidades duales del Logos
«Logos» es una palabra helénica, que significa «palabra» o «ley». Está escrito (Jn. 1:1), que el Logos está en una posición objetiva ante Dios. Por ello, puesto que Dios, como el sujeto del Logos, contiene características duales en Sí mismo, el Logos, como su objeto, también debería contener características duales. Si el Logos no tuviera características duales, las cosas de la creación, que fueron hechas a través del Logos (Jn. 1:3), tampoco tendrían características duales. Adán y Eva eran los objetos substanciales de Dios, originados por la división de las características duales del Logos (ref. Parte I, Cap. I, Sec. I, 1).
Si Adán se hubiera convertido en el Arbol de la Vida, como el ser masculino que ha realizado el ideal de la creación, y si Eva, simbolizada por el Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal, se hubiera convertido en el ser femenino que ha realizado el ideal de la creación, entonces ambos juntos habrían llegado a ser los Padres Verdaderos de la humanidad y habrían cumplido las tres grandes bendiciones de Dios para el hombre, posibilitando así la realización del Reino de los Cielos sobre la tierra. Sin embargo, debido a su caída, el mundo se convirtió en el Infierno sobre la tierra. Por consiguiente, Jesús vino como el Padre Verdadero de la humanidad, con la misión del Arbol de la Vida (Ap. 22:14); es decir, como el segundo Adán (1. Co. 15:45). Entonces, es lógico que tenga que venir también la Madre Verdadera de la humanidad, con la misión del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal (Ap 22:17); es decir, la segunda Eva. El Espíritu Santo vino como la Madre Verdadera para dar renacimiento al hombre caído.
(3) El renacimiento espiritual a través de Jesús y el Espíritu Santo
Un niño nace del amor de sus padres. Como está escrito (1 Co. 12:3), cuando creemos en Jesús como el Salvador a través de la inspiración del Espíritu Santo, recibimos el amor de los Padres Verdaderos espirituales, que viene de la acción de dar y tomar entre Jesús, el Padre Verdadero espiritual, y el Espíritu Santo, la Madre Verdadera espiritual. Entonces, a través de su amor se infunde nueva vida en quienes creen en Cristo, y todos renacen como un nuevo ser espiritual. Esto se llama «renacimiento espiritual».
Los hombres cayeron espiritual y físicamente; así que debemos también eliminar el pecado original a través de un «renacimiento físico ». Por lo tanto, Cristo debe venir de nuevo para dar la salvación física al hombre naciendo otra vez en la tierra.
2. LA TRINIDAD
De acuerdo con los principios de la creación, el propósito divino de la creación sólo puede ser realizado a través del fundamento de cuatro posiciones que se establece cumpliendo los tres propósitos objetivos a través de la acción origen-división unión. Por consiguiente, Jesús y el Espíritu Santo, con el fin de cumplir el propósito de la creación, deben establecer el fundamento de cuatro posiciones centralizado en Dios, formando una unidad a través de la acción de dar y tomar, como los objetos de Dios originados por la división substancial de Sus características duales. De esta forma, Jesús y el Espíritu Santo forman un solo cuerpo centrado en Dios; esto se llama la «Trinidad».
Originalmente, el propósito divino de la creación era que Adán y Eva formaran una trinidad, llegando a ser un solo cuerpo en el amor como los Padres Verdaderos de la humanidad, estableciendo así el fundamento de cuatro posiciones centralizado en Dios. Si ellos hubieran llegado a la perfección sin caer, formando una trinidad como los Padres Verdaderos centrados en Dios, y hubieran multiplicado hijos del bien, todos sus descendientes habrían crecido hacia la perfección formando también parejas ideales; cada una de ellas formarían una trinidad con Dios. Naturalmente, el Reino de los Cielos sobre la tierra se habría realizado centralizado en la primera pareja humana, conforme a la realización de las tres grandes bendiciones que Dios les dio. Sin embargo, debido a la caída, Adán y Eva establecieron el fundamento de cuatro posiciones centralizado en Satán, formando así una trinidad con Satán. Por ello, sus descendientes han formado también trinidades centralizados en Satán y han creado una sociedad humana corrompida.
Por lo tanto, Dios debe obrar para que todos los hombres caídos nazcan de nuevo a través de los Padres Verdaderos de la humanidad, Jesús y el Espíritu Santo, como el segundo Adán y la segunda Eva, y entonces hacer que todos formen respectivamente una trinidad centralizada en Dios. Pero a causa de la injusta muerte de Jesús, él y el Espíritu Santo sólo han cumplido la misión de los Padres Verdaderos espirituales, formando la Trinidad espiritual centralizada en Dios. Ya que Jesús y el Espíritu Santo han dado solamente el renacimiento espiritual, los santos están aún en la posición de sus hijos espirituales, restaurados solamente a través de la Trinidad espiritual.
Cristo debe venir de nuevo en la carne para llegar a ser el Padre Verdadero a la vez espiritual y físico, al formar una Trinidad substancial centralizada en Dios. Entonces, él dará el renacimiento espiritual y físico, haciendo que todos los hombres caídos formen (por parejas) trinidades substanciales centralizadas en Dios, después de haber eliminado el pecado original. Cuando los hombres caídos hayan establecido el fundamento de cuatro posiciones en su forma original centralizada en Dios, entonces el Reino de los Cielos sobre la tierra será restaurado mediante la realización de las tres grandes bendiciones que Dios dio al hombre.