CAPITULO IV

La Llegada del Mesías

La palabra «mesías» en hebreo significa «el ungido», queriendo decir concretamente el rey. Los israelitas creían en la Palabra de Dios de que El les mandaría a un rey o Mesías para salvarlos; esta era la expectación mesiánica de los israelitas. En este sentido, Jesús Cristo vino como el Mesías, «Cristo» significa «Mesías» en el lenguaje helénico.

El Mesías debe venir con el fin de que se cumpla el propósito de la providencia de la salvación de Dios. El hombre necesita la salvación a causa de la caída humana. Por tanto, debemos comprender la caída humana con el fin de resolver los problemas de la salvación. «La caída» implica que el propósito de la creación de Dios no fue realizado, así que debemos primero conocer el propósito de la creación antes de discutir la caída humana.

El propósito de la creación de Dios tenía que cumplirse con el establecimiento del Reino de los Cielos sobre la tierra. Debido a la caída del hombre, se realizó un infierno en la tierra en lugar del Reino de los Cielos en la tierra. Desde entonces, Dios ha obrado en Su providencia de restaurar el Reino de los Cielos sobre la tierra. Por consiguiente, el propósito de los esfuerzos humanos es restaurar el Reino de los Cielos sobre la tierra. Estas cuestiones han sido ya explicadas en detalle (ref. Parte I, Cap. III, Sec. I-II).

SECCION I
La Providencia de la Salvación a Través de la Cruz

1. EL PROPOSITO DE LA LLEGADA DE JESUS COMO EL MESIAS.

El propósito de la llegada de Jesús como el Mesías era cumplir la providencia de la restauración; su llegada fue principalmente para salvar al hombre caído. Por consiguiente, el Reino de los Cielos sobre la tierra debería haber sido establecido por Jesús. Podemos comprobar esto por lo que Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre Celestial» (Mt. 5:48). De acuerdo con el principio de la creación, un hombre que ha cumplido el propósito de la creación forma un solo cuerpo con Dios, posee divinidad y no puede cometer pecados. Esta clase de hombre, considerado según el propósito de la creación, es quien es perfecto como el Padre Celestial es perfecto. Por tanto, las palabras que Jesús dijo a sus discípulos querían decir que ellos debían llegar a ser ciudadanos del Reino Celestial, después de haber sido restaurados como hombres que han cumplido el propósito de la creación.

Así pues, Jesús vino con el propósito de establecer el Reino de los Cielos sobre la tierra, restaurando a los hombres caídos como ciudadanos del Reino Celestial. Por esta razón les dijo a sus discípulos que orasen para que la voluntad de Dios fuera hecha en la tierra así como en el cielo (Mt. 6: 10). El también urgió a la gente a que se arrepintiera, porque el Reino de los Cielos estaba cerca (Mt. 4:17). Por la misma razón, Juan el Bautista, que había venido para preparar el camino del Señor, también anunció la llegada inminente del Reino de los Cielos (Mt. 3:2).

¿Cómo sería, entonces, el hombre que llegara a ser perfecto como el Padre Celestial es perfecto, habiéndose restaurado como el hombre que ha cumplido el propósito de la creación? Semejante hombre formaría un solo cuerpo con Dios, no se separaría nunca de El y viviría de acuerdo con la voluntad de Dios. Sintiendo exactamente lo que Dios siente, poseería divinidad. Este hombre no necesita redención o un salvador, ni necesita llevar la vida de oración y fe requerida para los hombres caídos, debido a que no tiene pecado original. Semejante hombre, estando libre del pecado original, multiplicaría hijos del bien sin pecado original; a consecuencia de esto, sus hijos no necesitarían un salvador para la redención de sus pecados.

2. FUE REALIZADA LA PROVIDENCIA DE LA SALVACION A TRAVES DE LA REDENCION POR LA CRUZ?

Desde que comenzó la historia humana no ha habido un solo hombre, a pesar de que haya habido santos muy fervientes, que haya vivido una vida en completa unidad con Dios. Ni una sola persona ha experimentado el corazón y los sentimientos de Dios, ni nadie ha poseído Su misma divinidad. Por consiguiente, no ha habido aún ningún santo que no necesitara de la redención del pecado y una vida de oración y fe. Incluso un hombre tan dedicado como Pablo, estaba obligado a llevar una vida de fe y de oraciones de lágrimas (Rm. 7:18-25). Todos los padres, aún los más devotos, no pueden dar nacimiento a un hijo sin pecado que pueda ir al Reino de los Cielos sin la redención del Salvador. Según esto, vemos que los padres están todavía transmitiendo el pecado original a sus hijos.

¿Qué nos enseña la realidad de la vida de fe del cristiano? Nos enseña, sin lugar a dudas, que la redención a través de la cruz no puede eliminar completamente nuestro pecado original y que la naturaleza original del hombre aún no está perfectamente restaurada. Jesús prometió que el Señor volvería, debido a que Jesús sabía que no pudo cumplir el propósito de su venida como el Mesías a través de la redención por la cruz. Cristo tiene que venir de nuevo para cumplir perfectamente la voluntad de Dios, porque la predestinación de Dios de la restauración del Reino de los Cielos sobre la tierra es absoluta e incambiable.

¿Fué en vano, entonces, su sacrificio en la cruz? En absoluto (Jn. 3:16). Si hubiera sido así, no habría existido la historia cristiana. No podemos nunca negar la magnitud de la gracia de la redención por la cruz. Por tanto, es cierto que nuestra fe en la cruz puede traernos la redención. Es igualmente cierto que la redención por la cruz no ha podido eliminar nuestro pecado original y restaurarnos como hombres de naturaleza original que no pueden pecar; así pues, no ha sido posible establecer el Reino de los Cielos sobre la tierra.

Entonces surge la cuestión sobre qué grado de redención obtenemos a través de la cruz. La fe de los hombres de intelecto modernos no puede ser orientada a menos que podamos resolver este problema.

3. LA CRUCIFIXION DE JESUS.

Examinemos en primer lugar la crucifixión de Jesús desde el punto de vista de las palabras y acciones de los discípulos, que están relatadas en la Biblia. Había un sentimiento común evidente entre los discípulos en relación con la muerte de Jesús. Estaban doloridos y angustiados por la muerte de Jesús. Estaban indignados por la ignorancia e incredulidad del pueblo que causó la crucifixión de Jesús. (Hch. 7:51-53). Los cristianos desde entonces generalmente han mantenido los mismos sentimientos que tuvieron los discípulos en los días de Jesús. Si la muerte de Jesús hubiera sido la consecuencia natural de la predestinación de Dios, no habría habido motivo para que los discípulos la condenaran, aunque fuera inevitable que se apenaran por su muerte. Según esto, podemos asegurar que fue algo injusto e indebido que Jesús tuviera que tomar el sendero de la muerte.

Ahora, investiguemos más ampliamente, según el punto de vista de la providencia de Dios, si la crucifixión de Jesús fue un resultado natural de la predestinación de Dios. Dios llamó al pueblo escogido de Israel, los descendientes de Abraham; El los educó y los protegió, y a veces los conducía a través de la disciplina de pruebas y penalidades. El los consolaba mandando a profetas que prometían que en el futuro Dios les mandaría un Mesías. El hizo que el pueblo construyera tabernáculos y templos como preparación para el Mesías. El mandó a los Reyes Magos de Oriente, así como a Simón, Ana, Juan Bautista y a otros, para dar testimonio del nacimiento y la aparición del Mesías.

Especialmente sobre el nacimiento de Juan Bautista, todos los judíos sabían que el ángel se apareció para anunciar su concepción (Lc. 1:13); y los signos que ocurrieron en el tiempo de su nacimiento conmovieron a toda Judea en expectación (Lc. 1:6366). Además sus prácticas ascéticas en el desierto causaron tanta impresión que el pueblo judío se preguntaba en sus corazones si quizás él era el Cristo (Lc. 3:15). Por supuesto, Dios mandó a un hombre tan grande como Juan Bautista para dar testimonio de Jesús como el Mesías, para que así el pueblo judío creyera en Jesús. Ya que la voluntad de Dios era que los israelitas creyeran que Jesús era el Mesías, los israelitas, quienes debían vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, deberían haber creído en él como el Mesías. Si hubieran creído en Jesús como el Mesías, conforme a la voluntad de Dios, ¿cómo podrían haberle crucificado, después de haberle estado esperando durante tanto tiempo? Los israelitas le crucificaron porque, en contra de la voluntad de Dios, no creyeron que Jesús era el Mesías. Por consiguiente, debemos darnos cuenta que Jesús no vino a morir en la cruz.

A continuación, investiguemos más profundamente, de acuerdo a las propias palabras y obras de Jesús, si su crucifixión era verdaderamente el camino para cumplir el propósito completo de su llegada como el Mesías. Como la Biblia claramente afirma, Jesús expresó con palabras y obras su deseo de que la gente creyera que él era el Mesías. Cuando la gente le preguntó lo que debían hacer para cumplir las obras de Dios, Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en quien El ha enviado» (Jn. 6:29).

Jesús se entristeció por la traición del pueblo judío; y no teniendo a nadie a quien apelar, lloró sobre la ciudad de Jerusalén e incluso maldijo a la ciudad, diciendo que sería destruída totalmente hasta el punto de que no dejarían piedra sobre piedra, y no digamos los israelitas, la nación escogida, a quienes Dios había conducido con tanto amor y cuidados durante 2.000 años. Jesús indicó claramente su ignorancia, diciendo: « ... porque no has conocido el tiempo de tu visita» (Lc. 19:44).

Jesús se lamentó de la incredulidad y terquedad del pueblo, diciendo:

«¡ Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reune a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido!». (Mt. 23:37)

Jesús les reprochaba su ignorancia que les impedía creer en él, aunque leían las Escrituras que daban testimonio de él, y les dijo con gran tristeza:

«Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida». (Jn. 5:3940)

Luego, él dijo dolorido: «Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís», y siguió diciendo: «Porque si creyérais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí» (Jn. 5:43-46).

Jesús realizó muchos milagros y signos con la esperanza de poder restaurar la fe del pueblo. Sin embargo, cuando veían las maravillosas obras que Jesús hacía le acusaron de estar poseído por Beelzebul. Viendo esta dolorosa situación, Jesús dijo: «... creed por las obras, aunque a mí no me creáis, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mi y yo en el Padre» (Jn. 10:38).

En otra ocasión, Jesús incluso los maldijo con gran indignación, profetizando que tendrían que sufrir (Mt. 23:13-36). El mismo Jesús, mediante sus palabras y obras, trató de hacerles creer en él, porque la voluntad de Dios era que ellos creyeran en él. Si el pueblo judío hubiera creído que él era el Mesías, como Dios y Jesús deseaban, ¿podrían haberle crucificado?

Según lo anterior, podemos ver que la crucifixión de Jesús fue el resultado de la ignorancia e incredulidad del pueblo judío y no la predestinación de Dios para cumplir el propósito completo de la llegada de Jesús como el Mesías. 1 Corintios 2:8 dice: desconocida de todos los príncipes de este mundo; pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria», esto debería ser una prueba suficiente.

Si la crucifixión de Jesús hubiera sido originariamente la predestinación de Dios, ¿cómo pudo orar tres veces que el cáliz de la muerte pasara de él? (Mt. 26:39). De hecho oró de esta manera tan desesperada porque sabía muy bien que la historia de aflicción sería prolongada hasta el tiempo de la Segunda Llegada, en el caso de que la incredulidad impidiera la realización del Reino de los Cielos sobre la tierra, que Dios se había esforzado en establecer.

En Juan 3:14, leemos: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre». Cuando los israelitas estaban en el camino de Egipto al país de Canaán, fallaron en tener fe en Moisés, y en ese momento aparecieron serpientes de fuego y empezaron a matar al pueblo; entonces Dios hizo elevar una serpiente de bronce en un palo, y aquellos que la miraban sobrevivían. Similarmente, debido a la falta de fe del pueblo judío en Jesús, todos fueron destinados al infierno; y Jesús dijo esto con un corazón profundamente apenado, previendo que después de su crucifixión como «la serpiente de bronce» solamente aquellos que le miraran y creyeran en él se salvarían.

Otra manera por la cual podemos saber que Jesús fue crucificado a causa de la incredulidad del pueblo es según el hecho, predicho por Jesús, de que la nación escogida de Israel declinó después de su muerte (Lc. 19:44).

Isaías 9:6-7, dice:

«Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, el señorío reposará en su hombro, y le llamarán: 'Admirable-Consejero', 'Dios-Poderoso', 'Siempre-Padre', 'Príncipe de Paz'. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin, sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia. Desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahvéh Sebaot hará eso».

Esta predicción indica que Jesús vendría en el trono de David y establecería un Reino que nunca perecería por toda la eternidad. Por tanto, un ángel se apareció a María en el tiempo de la concepción de Jesús y le dijo:

«Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». (Lc. 1:31-33)

Según estos pasajes, podemos ver claramente que Dios había llamado a los israelitas, la nación escogida, y les había dirigido a través de aflicciones y penalidades durante 2.000 años, con el fin de establecer el eterno Reino de Dios en la tierra mandando a Jesús como el Mesías. Jesús vino como el Mesías; pero, debido a la incredulidad y persecución del pueblo, fue crucificado. Desde entonces, los judíos han perdido la calificación para ser el pueblo escogido y han sido dispersados, sufriendo persecución hasta nuestros días.

4. EL LIMITE DE LA SALVACION A TRAVES DE LA REDENCION POR LA CRUZ Y EL PROPOSITO DE LA SEGUNDA LLEGADA DEL SEÑOR.

¿Qué habría ocurrido si el Señor no hubiera sido crucificado? El habría cumplido la providencia de la salvación espiritual y física a la vez. El habría establecido el Reino de los Cielos en la tierra que duraría para siempre, como está expresado en la profecía de Isaías (Is. 9:6-7), en la anunciación del ángel que se apareció a María (Lc. 1:31-33) y en las propias palabras de Jesús que anunciaba la inminencia del Reino de los Cielos (Mt. 4:17).

Dios creó primero la carne del hombre con polvo de la tierra, y entonces le insufló en sus narices el aliento de vida y lo hizo un ser viviente (Gn. 2:7). El hombre fue creado con espíritu y cuerpo; su caída fue también espiritual y física. Naturalmente, la salvación debe incluir al espíritu y al cuerpo.

Dado que el propósito de la llegada de Jesús como el Mesías era cumplir la providencia de la restauración, él debería haber realizado la salvación del espíritu y del cuerpo. Creer en Jesús significa formar un solo cuerpo con él; por ello, Jesús se comparó a sí mismo con la verdadera vid, y a sus seguidores con los sarmientos (Jn. 15:5). El dijo: « ... comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn. 14:20). Jesús dijo esto porque, viniendo en la carne, deseaba salvar a los hombres caídos a la vez espiritual y físicamente. Si los hombres caídos hubieran creído, llegando a ser una unidad con él en espíritu y cuerpo, podrían haber sido salvados espiritual y físicamente. Debido a que el pueblo judío no creyó en Jesús y le llevaron a la crucifixión, su cuerpo fue invadido por Satán y fue asesinado. Por consiguiente, aunque los cristianos creen en Jesús y forman un solo cuerpo con él, sin embargo, dado que su cuerpo fue invadido por Satán, los cuerpos de los cristianos están sujetos también a la invasión Satánica.

Por esta razón, a pesar de lo ferviente que sea, un hombre de fe no puede alcanzar la salvación física solamente por la redención a través de la crucifixión de Jesús. Puesto que el pecado original transmitido por el linaje desde Adán no ha sido eliminado, cualquier santo, aunque sea muy ferviente, tiene todavía el pecado original y no puede impedir que sus hijos nazcan con pecado original. Para evitar la condición de invasión Satánica que constantemente viene a través de la carne, debido al pecado original, tenemos que castigar y negar a nuestra carne, para poder vivir una vida religiosa. Debemos orar constantemente (1 Ts. 5:17), con el fin de impedir la condición de invasión Satánica que viene a causa del pecado original, que no ha sido eliminado aunque estemos redimidos por la cruz.

Jesús no pudo cumplir el propósito de la providencia de la salvación física debido a que su cuerpo fue invadido por Satán. Sin embargo, pudo establecer la base para la salvación espiritual, formando un fundamento triunfante para la resurrección a través de la redención por la sangre en la cruz. Por tanto, todos los santos desde la resurrección de Jesús hasta nuestros días han recibido solamente el beneficio de la providencia de la salvación espiritual. La salvación a través de la redención por la cruz es sólo espiritual. Aún en los hombres de fe ardiente, el pecado original permanece en la carne y se transmite continuamente de generación en generación. Cuanto más ferviente haya sido un santo en su fe, más severa ha sido su lucha en contra del pecado. Así pues, Cristo debe venir de nuevo a la tierra para cumplir el propósito de la providencia de la salvación física, así como la salvación espiritual. Redimiendo del pecado original que no ha sido eliminado ni siquiera por la cruz.

Como dijimos antes, incluso los santos redimidos por la cruz han tenido que continuar luchando en contra del pecado original. Por esta razón incluso Pablo, -que era el centro de la fe entre los discípulos, se lamentaba de su incapacidad de impedir que el pecado invadiera su carne, diciendo: « ... Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado» (Rm. 7:22-25). El dijo esto para expresar la alegría de haber alcanzado la salvación espiritual, así como también para deplorar el fallo en cumplir la salvación física. De nuevo, en 1 Juan 1:8-10, Juan confesó, diciendo:

« Si decimos: 'No tenemos pecado' nos engañamos y la verdad no está en nosotros... Si decimos: 'No hemos pecado' le hacemos mentiroso y Su Palabra no está en nosotros».

Así pues, aunque podemos alcanzar la salvación a través de la crucifixión de Jesús, no podemos dejar de ser pecadores, debido a que el pecado original obra aún en nosotros.

5. DOS CLASES DE PROFECIAS REFERENTES A LA CRUZ.

Si su crucifixión no fue el resultado de la predestinación de Dios, entonces, ¿cuál debe ser la razón de que en Isaías 53, esté profetizado el sufrimiento de Jesús en la cruz? Hasta ahora, mucha gente ha pensado que las profecías en la Biblia acerca de Jesús predicen sólo su sufrimiento. Cuando leemos la Biblia de nuevo con el conocimiento del Principio, podemos comprender que, como Isaías predijo en la Era del Antiguo Testamento (Is. 9:11-60), y como el ángel de Dios profetizó a María, Jesús era esperado para ser el rey de los judíos en su vida y establecer sobre la tierra un reino eterno que «no tendrá fin» (Lc. 1:31-33). Investiguemos, pues, por qué hubo dos clases de profecías.

Dios creó al hombre para que fuera perfecto sólo al cumplir su parte de responsabilidad (ref. Parte I, Cap. I, Sec. V, 2 [2]). Sin embargo, en realidad, los primeros antepasados humanos cayeron sin cumplir su parte de responsabilidad. Así pues, el hombre puede cumplir su parte de responsabilidad en consonancia con la voluntad de Dios o, por el contrario, no cumplirla en contra de la voluntad de Dios.

Demos ejemplos de la Biblia. La parte de responsabilidad del hombre era no comer del fruto del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Adán podía llegar a ser perfecto obedeciendo el mandamiento de Dios de no comer del fruto; por el contrario, podía morir si comía del fruto, como ocurrió realmente. Dios dio los Diez Mandamientos a la gente de la Era del Antiguo Testamento como una condición de responsabilidad del hombre en la providencia de la salvación. Así pues, el hombre podía salvarse guardando los mandamientos, o perderse desobedeciéndolos. La parte de responsabilidad de los israelitas era obedecer las órdenes de Moisés en su camino de Egipto a la tierra prometida de Canaán. Ellos podían entrar en la tierra prometida de Canaán obedeciendo las órdenes de Moisés o, por el contrario, no entrar si desobedecían sus órdenes. De hecho, Dios quería que Moisés condujese a los israelitas a la tierra prometida de Canaán (Ex. 3:8) y le ordenó hacerlo así; pero, debido a su infidelidad, el pueblo pereció en el desierto, permitiendo que sólo sus descendientes alcanzaran la meta.

El hombre, pues, tiene que cumplir su propia responsabilidad, y puede cumplirla de acuerdo con la voluntad de Dios o no cumplirla en contra de Su voluntad, dando lugar así a que sólo una de las dos posibilidades se haga realidad. Por consiguiente, fue inevitable que Dios diera dos clases de profecías sobre la realización de Su voluntad.

La parte de responsabilidad de Dios era mandar al Mesías, pero la parte de responsabilidad del hombre era creer en él. Por tanto, el pueblo judío podía creer en el Mesías de acuerdo a la voluntad de Dios o no creer en él en contra de Su voluntad. Por ello, Dios tuvo que dar dos clases de profecías, previendo así los dos posibles resultados, que dependían del éxito o el fallo del hombre en cumplir su responsabilidad. Dios profetizó sobre lo que podría ocurrir si el pueblo judío fallaba en creer en el Mesías, como fue escrito en Isaías 53, y sobre lo que ocurriría si ellos cumplían Su voluntad gloriosamente creyendo y sirviendo al Mesías, como fue descrito en Isaías 9, 11 y 60, y en Lucas 1:30. Sin embargo, debido a la incredulidad del pueblo, Jesús murió en la cruz, y se cumplió la profecía de Isaías 53, quedando así las demás para que se cumplan en la Segunda Llegada del Señor.

6. VERSICULOS BIBLICOS ESCRITOS COMO Si LA CRUCIFIXION DE JESUS FUERA INEVITABLE.

En la Biblia encontramos muchos versículos escritos como si el sufrimiento de Jesús a través de la crucifixión fuera inevitable. Uno de los ejemplos representativos es cuando Jesús reprendió a Pedro, que había tratado de disuadirle de que sufriera cuando, le profetizó su sufrimiento en la cruz, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás!» (Mt, 16:23). Así pues, ¿cómo pudo Jesús tratar a Pedro tan duramente? De hecho, Jesús estaba entonces resuelto a tomar la cruz como la condición de indemnización para pagar por la realización de sólo la salvación espiritual del hombre, cuando vio que no podía cumplir la providencia de la salvación a la vez espiritual y física (Lc. 9:31). En esta situación, cuando Pedro le estaba disuadiendo de que tomara el camino de la cruz, actuaba en contra de la providencia de la salvación espiritual a través de la cruz; por ello Jesús reprendió a Pedro.

En otro momento, cuando Jesús pronunció sus últimas palabras en la cruz, diciendo: «Todo está cumplido» (Jn. 19:30), no quiso decir que todo el propósito de la providencia de la salvación se lograba a través de la cruz. Sabiendo que la incredulidad del pueblo era en aquel punto un hecho incambiable, Jesús escogió el camino de la cruz con el fin de establecer el fundamento de la providencia de la salvación espiritual, dejando la providencia de la salvación física para el tiempo de la Segunda Llegada. Por consiguiente, Jesús, con sus palabras «todo está cumplido», quiso decir que cumplió su trabajo de establecer la base para la providencia de la salvación espiritual mediante la cruz, que era la providencia de salvación secundaria.

Para tener una fe verdadera, debemos primeramente establecer una relación directa con Dios en espíritu mediante una oración ardiente y, luego, debemos comprender la verdad por una lectura correcta de la Biblia. Por esta razón, Jesús nos dijo que adorásemos a Dios en espíritu y en verdad (Jn. 4:24).

Desde el tiempo de Jesús hasta el presente, todos los cristianos han pensado que Jesús vino al mundo para morir. Esto es porque no conocieron el propósito fundamental de la llegada de Jesús como el Mesías, y sostuvieron la idea equivocada de que la salvación espiritual era la única misión con la cual Jesús vino al mundo. Jesús vino a cumplir la voluntad de Dios durante toda su vida, pero tuvo que morir a pesar suyo, debido a la incredulidad del pueblo. Primero debe aparecer en la tierra la novia que pueda aliviar el corazón sufriente y humillado de Jesús, antes de que Cristo pueda venir de nuevo como el novio, esta vez para completar su misión con su novia. Jesús dijo: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc. 18:8), lamentándose de la posible ignorancia de los cristianos que él podía prever de antemano.

Hemos aclarado el hecho de que Jesús no vino a morir, pero si preguntamos a Jesús directamente a través de la comunicación espiritual, podremos verlo aún más claramente. Cuando es imposible la relación directa, deberíamos buscar el testimonio de alguien que tenga este don, con el fin de tener la clase de fe que nos calificará para ser la «novia» y poder recibir al Mesías.

SECCION II
La Segunda Llegada de Elías y Juan Bautista

El profeta Malaquías predijo que Elías volvería de nuevo (MI. 3:23), y según el testimonio de Jesús, Juan Bautista era la segunda llegada de Elías (Mt. 11:14, 17:13). Sin embargo, el mismo Juan Bautista, así como el pueblo judío en general, no conocía el hecho de que Juan era la segunda llegada de Elías (Jn. 1:21). La duda de Juan sobre Jesús (Mt. 11:3), seguida por la incredulidad del pueblo, obligó finalmente a Jesús a tomar el camino de la cruz.

1. LA TENDENCIA DEL PENSAMIENTO JUDIO REFERENTE A LA SEGUNDA LLEGADA DE ELIAS.

Durante el período del Reino Unido, el «ideal del templo» fue invadido por Satán debido a la corrupción del rey Salomón.

Dios pensó realizar el ideal del templo por segunda vez. Con el fin de preparar al pueblo para recibir al Mesías como el templo sustancial, Dios mandó a cuatro profetas mayores y doce profetas menores para separar al pueblo de Satán. Para impedir que Satán frustrara este ideal, El mandó a su profeta especial Elías e hizo que luchara contra los profetas de Baal en el monte Carmelo, con el propósito de que el pueblo destruyera al dios Baal. Sin embargo, Elías ascendió al cielo sin haber cumplido totalmente su misión divina (2 Re. 2:1l), y el poder de Satán fue de nuevo en aumento.

Por consiguiente, con el fin de que el ideal del templo substancial, Jesús, se pudiera realizar, debería haber primeramente otro profeta que sucediera a Elías y cumpliera la misión de separación de Satán, que Elías había dejado sin completar en la tierra. A causa de esta necesidad providencial, el profeta Malaquías predijo la segunda llegada de Elías (MI. 3:23).

La ferviente esperanza del pueblo judío, que creía en estas profecías, era naturalmente la llegada del Mesías. Pero, debemos saber que de igual manera esperaban la segunda llegada de Elías. Esto es debido a que Dios prometió claramente al pueblo, a través del profeta Malaquías, que El les mandaría al profeta Elías antes de la llegada del Mesías, con el fin de preparar el camino del Señor (MI. 3:23). No obstante, el profeta Elías había ascendido al cielo aproximadamente 900 años antes del nacimiento de Jesús (2 Re. 2:11), y a nosotros nos es familiar la ocasión cuando él se apareció a los discípulos de Jesús en espíritu (Lc. 9:31). El pueblo judío creía que Elías, estando en el cielo, volvería del cielo de la misma manera como había ascendido al cielo. Por consiguiente, el pueblo judío de aquel tiempo estaba esperando que volviera Elías mirando al cielo, con la expectación de que Elías volvería sobre las nubes.

Sin embargo, cuando aún no se había oído ningún rumor sobre la llegada de Elías como lo había profetizado Malaquías, Jesús apareció, proclamando que él era el Mesías; así pues, causó una gran confusión en Jerusalén. Entonces, los discípulos se enfrentaron con un argumento en contra de que Jesús fuera el Mesías (Mt. 17:10). Si Jesús era el Mesías, ¿dónde estaba, pues, Elías que tenía que venir antes que él? (Ml. 3:23). Los discípulos, sin saber cómo replicar, se lo preguntaron a Jesús directamente; y él les contestó que Juan Bautista no era otro sino el mismo Elías que ellos estaban esperando (Mt. 11:14, 17:13). Los discípulos de Jesús, que aceptaban a Jesús como el Mesías, podían creer sin ninguna duda en el testimonio de Jesús de que Juan Bautista era Elías, pero ¿cómo podía aceptarlo el pueblo judío cuando ellos no sabían quién era Jesús? El mismo Jesús, sabiendo que no creerían fácilmente en su testimonio, dijo: «Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir» (Mt. 11:14). El pueblo judío no pudo creer el testimonio de Jesús de que Juan Bautista era Elías, debido a que fue después de que el mismo Juan claramente negara el hecho (Jn. 1 :21).

2. EL CAMINO DEL PUEBLO JUDIO.

Jesús dijo que Juan Bautista no era otro sino Elías, por quien el pueblo judío había esperado tanto tiempo (Mt. 11:14); mientras que, por el contrario, el mismo Juan Bautista ya había negado el hecho. Entonces, ¿qué palabras creerían y seguirían? Esto dependería de cuál de los dos parecía ser más digno de crédito para el pueblo de aquel tiempo.

Examinemos entonces qué opinión tendría el pueblo judío de Jesús desde su propio punto de vista. Jesús era un hombre joven de muy poca educación formal. El había nacido y se había educado en el hogar pobre y humilde de un carpintero. Este hombre joven desconocido, se presentó llamándose a sí mismo el Señor del Sábado, e incluso violó el Sábado que los judíos observaban estrictamente (Mt. 12:1-8). Por ello, Jesús llegó a ser conocido como alguien que deseaba abolir la Ley, que era el símbolo de la salvación para los judíos (Mt. 5:17). Por consiguiente, Jesús fue perseguido por los líderes judíos y tuvo que reunir a sus discípulos de entre pescadores. El se hizo amigo de tasadores de impuestos, prostitutas y pecadores, comiendo y bebiendo junto con ellos (Mt. 11 :19). Es más, Jesús declaró que los tasadores de impuestos y las prostitutas entrarían en el Reino de los Cielos antes que los líderes judíos (Mt. 21:31).

En una ocasión, una mujer, llorando, empezó a verter sus lágrimas en los pies de Jesús, secándolos con sus cabellos, besándolos y ungiéndolos con un frasco de perfume precioso (Lc. 7:3738). Tal conducta no sería aceptada ni incluso en la sociedad actual; cuánto más inaceptable sería dentro de la estricta ética de la sociedad judía, en ¡a cual apedreaban a una mujer adúltera hasta la muerte. Sin embargo, Jesús no sólo la aceptó sino que reprendió a sus discípulos, que habían censurado a la mujer; de hecho, incluso la alabó (Lc. 7:44-50, Mt. 26:7-13).

Además, Jesús se puso al mismo nivel que Dios (Jn. 14:9) y dijo que nadie podría entrar al Reino de los Cielos, si no era a través de él (Jn. 14:6). El incluso dijo que la gente debería amarle más que a sus padres, hermanos, esposo o esposa y a sus hijos (Mt. 10:37, Lc. 14:26).

Debido a la actitud que las palabras y acciones de Jesús parecían dar a entender, los líderes judíos le ridiculizaron y le acusa-ron de ser Beelzebul, el príncipe de los demonios (Mt. 12:24). Según todo esto, podemos deducir que Jesús no fue aceptado por los judíos de aquel tiempo.

A continuación, investiguemos qué opinión tendría el pueblo judío de Juan Bautista. Juan nació en una distinguida familia como hijo de Zacarías, un importante sacerdote (Lc. 1:13). Su nacimiento asombró en gran manera a toda la ciudad, debido a los milagros y signos que rodearon a su concepción. Su padre, quemando incienso en el Santo, vio al ángel del Señor que le anunció que su esposa concebiría un hijo. Por no creer en las palabras del ángel, Zacarías se quedó mudo y no recuperó el habla hasta después del nacimiento del niño (Lc. 1:9-66). Además, Juan llevó una brillante vida de fe y disciplina, viviendo de langostas y miel silvestre en el desierto, y parecía un personaje tan admirable que incluso los jefes de los sacerdotes, así como el pueblo judío en general, le preguntaron si él era el Mesías (Lc. 3:15, Jn. 1:20).

Considerando lo anterior, cuando comparados a Jesús y a Juan Bautista desde el punto de vista del pueblo judío, ¿qué palabras considerarían más dignas de crédito, las de Juan o las de Jesús? Ellos estaban acostumbrados a creer en las palabras de Juan Bautista. Por consiguiente, tuvieron que dar más crédito a las palabras de Juan, cuando él negó que fuera el Elías, que al testimonio de Jesús de que Juan Bautista era Elías. Puesto que el pueblo judío creía en las palabras de Juan Bautista, el testimonio de Jesús parecía ser falso y, así pues, él fue condenado como un impostor.

De esta forma, Jesús fue condenado como un hombre de palabras insolentes y su actitud era ofensiva para el pueblo judío. Su incredulidad en Jesús se agravó paulatinamente. Ya que el pueblo judío creía en las palabras de Juan Bautista más que en las de Jesús, ellos tendrían que pensar que Elías todavía no había venido; conforme a esto, no podían ni siquiera imaginarse que el Mesías ya había llegado.

Según todo esto, los judíos tenían que negar a Jesús, quien decía ser el Mesías, a causa de que, desde el punto de vista de ser creyentes en la profecía de Malaquías, no podían creer que Elías había venido. De otra forma, tendrían que negar las Escrituras, que profetizaban que la llegada del Mesías ocurriría después de la vuelta de Elías. De esta manera, el pueblo judío, que no podía abandonar las profecías de las Escrituras, se vio obligado a escoger el camino de la falta de fe en Jesús.

3. LA INCREDULIDAD DE JUAN BAUTISTA.

Como ya hemos explicado en detalle, los jefes de los sacerdotes, así como todo el pueblo judío de aquel tiempo, respetaban a Juan Bautista hasta tal grado que ellos pensaban que podría ser el Mesías (Lc. 3:15, Jn. 1:20). Por consiguiente, si Juan Bautista hubiera declarado que él era el Elías como Jesús testificó, el pueblo judío, que esperaba la vuelta de Elías antes de la llegada del Mesías, se habría acercado a Jesús, debido a que estaban acostumbrados a creer en el testimonio de Juan Bautista. Sin embargo, la ignorancia de la providencia de Dios por parte de Juan Bautista, quien protestó en el último momento diciendo que no era Elías, fue la causa principal que bloqueó el camino del pueblo judío hacia Jesús.

Una vez, Juan Bautista testificó:

«Yo os bautizo con agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no merezco llevarle las sandalias. El os bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego». (Mt. 3:11)

De nuevo, en Juan 1:33-34, él confesó diciendo:

«Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es Elegido de Dios».

De esta manera, Dios le manifestó directamente a Juan Bautista que Jesús era el Mesías e incluso Juan mismo dio testimonio de él como el Mesías, mientras que en Juan 1:23, dijo que él venía con la misión de enderezar el camino del Mesías. Además, él declaró en Juan 3:28, que era quien había sido enviado antes de Cristo. Por tanto, Juan Bautista debería haber conocido por su propia sabiduría que él era Elías. Incluso si Juan Bautista no se hubiera dado cuenta por sí mismo que era Elías, él de todas maneras debería haber declarado que era Elías, en obediencia al testimonio de Jesús, ya que sabía que Jesús era el Mesías por el testimonio recibido de Dios (Jn. 1:33-34) y que Jesús dio testimonio de que Juan era Elías.

Sin embargo, Juan no sólo negó el testimonio de Jesús (Jn. 1:21) por su ignorancia de la voluntad de Dios (.Mt. 11:19), sino que también se desvió del camino de la providencia incluso después de aquello. Podemos muy bien imaginarnos qué triste debió haberse sentido Jesús cuando tuvo que ver a Juan de esta manera, y no digamos la aflicción de Dios, cuando El vio a Su hijo en una situación tan difícil.

De hecho, la misión de Juan Bautista como testigo terminó cuando bautizó a Jesús y dio testimonio de él. ¿Cuál debería haber sido, pues, su misión a partir de entonces? Su padre Zacarías, movido por el Espíritu Santo, dijo sobre Juan que acababa de nacer: « ... podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos ... » (Lc. 1:74-76), profetizando así claramente acerca de su misión. Juan Bautista debería haber servido a Jesús como un discípulo, después de haber dado testimonio de él. No obstante, siguió bautizando a la gente separado de Jesús, confundiendo así al pueblo judío (Lc. 3:15), e incluso a los jefes de los sacerdotes (Jn. 1:20). Más adelante, los discípulos de Jesús y los seguidores de Juan Bautista se pelearon sobre la «purificación», cada cual decía que su maestro bautizaba más gente (Jn. 3:25-26). Además, Juan 3:30 nos dice elocuentemente que Juan Bautista no compartió el mismo destino que Jesús, diciendo: «Es preciso que él crezca y que yo disminuya». Si él compartía el mismo destino que Jesús, ¿cómo podía disminuir mientras Jesús crecía? De hecho, el Evangelio de Jesús debería haber sido proclamado por el propio Juan Bautista. Pero, por ignorancia, no pudo cumplir su misión y al final degradó su vida, que tenía que haberla dedicado a Jesús, hasta el punto de no tener prácticamente ningún valor.

Juan Bautista sabía que Jesús era el Mesías y, cuando Juan estaba en el lado de Dios, dio testimonio de Jesús. Pero, cuando Dios dejó de inspirarle directamente y Juan volvió a su estado normal, su falta de fe en Jesús se vio agravada por su ignorancia. Juan Bautista, que no se dio cuenta de que era Elías, consideró a Jesús desde el mismo punto de vista que la demás gente, especialmente después de ser encarcelado. Por consiguiente, todo lo que Jesús dijo o hizo parecía ser, desde el punto de vista meramente humano de Juan Bautista, algo extraño e incomprensible. Además, Juan mismo no podía creer que Jesús, que había aparecido antes de la llegada de Elías, fuera el Mesías. Al final, Juan mandó sus discípulos a Jesús, intentando salir de dudas, preguntándole, «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt. 11:3).

Jesús, al oír la pregunta, respondió indignado con un aire de censura (Mt. 11:4-10). Juan Bautista fue escogido por Dios mientras que estaba todavía en el vientre de su madre para la misión de servirle durante su vida (Lc. 1:76), y fue entrenado en el desierto llevando la amarga vida de un asceta, con el fin de preparar el camino del Señor. Cuando Jesús comenzó su ministerio público, Dios primeramente le enseñó a Juan quién era Jesús, luego le hizo testificar que Jesús era el hijo de Dios. Cuando Juan Bautista, que estaba fallando en cumplir su misión y bendición del cielo, le preguntó a Jesús esta cuestión, Jesús no le contestó directamente que él era el Mesías, lo cual habría sido lo más natural. El le contestó de una manera indirecta diciendo:

«Id y contad a Juan lo que oís y véis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva». (Mt. 11:45)

Naturalmente, Juan Bautista no ignoraba tales milagros y maravillas hechas por Jesús. No obstante, Jesús le dio esta explicación tan larga con el fin de darle a conocer quién era, recordándole a Juan Bautista lo que estaba haciendo.

Debemos comprender que cuando Jesús dijo que se anunciaba el Evangelio a los pobres (Mt. 11:5), estaba expresando su aflicción por la incredulidad del pueblo judío, y especialmente por la de Juan Bautista. El pueblo elegido de Israel, y especialmente Juan, había sido ricamente bendecido con amor y cuidado divino. No obstante, ellos traicionaron a Jesús y él se vio obligado a vagar por las costas de Galilea, por la región de Samaria, para buscar entre los pobres a quienes pudieran escuchar el Evangelio, Estos pobres eran ignorantes pescadores, tasadores de impuestos y prostitutas. Realmente, los discípulos que Jesús hubiera preferido no serían esta clase de gente. Jesús, viniendo con la misión de establecer el Reino de los Cielos sobre la tierra, necesitaba mucho más a una persona calificada para dirigir a un millar, que a un millar que le siguiera ciegamente. ¿No predicó primero el Evangelio en el templo a los jefes de los sacerdotes y escribas buscando a quienes estuvieran capacitados y bien preparados?

Sin embargo, como Jesús indicó en una parábola, él tuvo que llamar a los mendigos que vagaban por las calles al banquete, debido a que los invitados no habían venido. Jesús, que tuvo él mismo que ir recogiendo a aquellos que no eran los invitados, al final profirió amargas palabras de juicio en profunda lamentación, diciendo «¡Y dichoso aquel que no se escandalice de mí!» (Mt. 11 :6). Jesús predijo el destino de Juan Bautista al decir, indirectamente, que quien se escandalizara de él, por muy grande que fuera, no sería dichoso.

Por el contrario, fue Juan Bautista quien se escandalizó de Jesús. ¿Por qué se escandalizó Juan Bautista de Jesús? Juan falló en llevar a cabo su misión sirviendo y colaborando con Jesús.

Después de que los discípulos de Juan Bautista se fueron, Jesús dijo:

«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos, es mayor que él». (Mt. 11:11)

Indicando que, desde el punto de vista de su ministerio, Juan Bautista había venido originalmente como el más grande de todos los profetas, pero estaba fallando en cumplir su misión.

Todos los que estaban en el cielo habían nacido de mujer y habían vivido en la tierra antes de morir. Por consiguiente, lo natural sería que él, siendo el más grande de todos los nacidos de mujer, fuera también el más grande en el cielo. Entonces, ¿por qué Juan Bautista era menor que el más pequeño en el Reino de los Cielos? Numerosos profetas en el pasado habían testificado del Mesías en su tiempo, esperando su llegada en el futuro. Pero Juan Bautista vino con la misión de dar testimonio del Mesías directamente. Ya que la misión de los profetas era dar testimonio del Mesías; Juan Bautista, que tenía que dar testimonio del Mesías directamente, era más grande que cualquiera de los demás profetas, que dieron testimonio de Jesús indirectamente. Sin embargo, desde el punto de vista del servicio al Mesías, él era el más pequeño. Debido a que el menor en el Reino de los Cielos reconocía a Jesús como el Mesías y le servía, mientras que Juan Bautista, que había sido llamado para la misión de servirle directamente en persona (Lc. 1:76), no preparó el camino de Jesús y falló en servirle. Jesús continuó diciendo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo conquistan». Si Juan Bautista, que fue escogido desde el vientre de su madre y entrenado en una vida ascética tan difícil en el desierto, hubiera servido a Jesús como era su deber, sin duda habría llegado a ser su discípulo principal. Pero, debido a que Juan falló en cumplir su misión de servir a Jesús, Pedro conquistó la posición del discípulo principal.

En el pasaje, «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, El Reino de los Cielos sufre violencia», Jesús no se refería al fallo del pueblo en general, sino al de Juan Bautista. Si Juan Bautista hubiera actuado con sabiduría, no habría abandonado a Jesús y sus obras habrían permanecido para la eternidad como algo santo; pero, desafortunadamente, él bloqueó el camino del pueblo judío para llegar a Jesús, así como el suyo propio.

Ahora, hemos llegado a comprender que el más grande de los factores que ocasionaron la crucifixión de Jesús fue el fallo de Juan Bautista. Pablo se lamentó de la ignorancia del pueblo, incluyendo a Juan Bautista, que crucificaron a Jesús, diciendo:

«desconocida de todos los príncipes de este mundo; pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria». (1 Co. 2:8)

4. LA RAZON POR LA CUAL JUAN BAUTISTA ERA ELIAS.

Conforme a lo que hemos afirmado anteriormente (ref. Sec. II, 1), podemos ver que Juan Bautista vino a suceder a Elías y cumplir la misión que Elías dejó sin cumplir en la tierra. Como Lucas 1:17 dice, Juan nació con la misión de ir delante del Señor con el espíritu y poder de Elías, para volver los corazones de los padres a los hijos y al desobediente a la sabiduría del justo, y a tener listo para el Señor un pueblo bien preparado. Por esta razón, Juan era la segunda llegada de Elías desde el punto de vista de su misión idéntica. Los detalles serán aclarados en el capítulo sobre «La Resurrección», pero ahora sabemos que Elías descendió en espíritu a Juan Bautista, y al cooperar con Juan Bautista trató de cumplir su misión, que no había podido cumplir durante su vida física en la tierra, a través del cuerpo físico de Juan Bautista. Juan Bautista estaba en la posición de representar el cuerpo físico de Elías, haciéndose a sí mismo idéntico a Elías desde el punto de vista de su misión.

S. NUESTRA ACTITUD ANTE LA BIBLIA.

Hemos aprendido de nuestro estudio de la Biblia que la ignorancia y la incredulidad de Juan Bautista dio lugar a la incredulidad del pueblo judío, que finalmente obligó a Jesús a tomar el camino de la crucifixión. Desde el tiempo de Jesús hasta el presente nadie ha sido capaz de revelar este secreto celestial. Esto es debido a que, hasta ahora, hemos leído la Biblia según el punto de vista de que Juan Bautista era el más grande de todos los profetas. Hemos aprendido de la historia de Juan Bautista que debemos abandonar la actitud de fe conservadora que nos hace estar temerosos de abandonar los viejos conceptos tradicionales. Si es injusto que creyéramos que Juan Bautista falló en cumplir su misión cuando en realidad hubiera tenido éxito, no hay duda de que sería también equivocado creer que él cumplió su misión, cuando por el contrario hubiera fallado en cumplirla. Debemos luchar por encontrar el justo camino de fe, a la vez en espíritu y en verdad.

Ahora hemos sacado a la luz la verdadera naturaleza de la. historia de Juan Bautista, como se demuestra en la Biblia. Cualquier cristiano que, en comunicación espiritual, pueda ver a Juan Bautista directamente en el mundo espiritual podrá comprobar la autenticidad de todas estas cosas.