Doce discursos
del
Rev. Sun Myung Moon
LA FORMULA PARA LA PROVIDENCIA DE DIOS.
Esta tarde voy a hablar de la providencia de Dios para la humanidad, cómo El ha empezado
esta providencia y cómo la ha estado guiando.
Debe haber una meta de perfección hacia la cual son conducidos todos los hombres. Debe
haber una meta, una meta final, que Dios quiere que alcancemos. Si el deseo de Dios y el deseo
del hombre difieren, la voluntad de Dios nunca podrá ser realizada. La cuestión es cómo unir los
dos, el deseo de Dios y el deseo del hombre. Toda la gente suspira por un ideal que sea único,
inmutable y eterno. Dios, el ser absoluto y la existencia eterna, desea lo mismo. El punto de
cruce de los dos, la voluntad de Dios y el deseo del hombre, será la solución.
¿Pero cuál sería? Ese es el problema. Ni el deseo del hombre ni la voluntad de Dios son a la
larga honor humano, conocimiento humano, riqueza material o los mismos seres humanos. Debe
haber una gran meta hacia la cual somos conducidos. Esa es el amor a través del cual
Dios y el hombre pueden unirse en uno y vivir juntos por la eternidad. El amor es eterno.
Aquellos que se aman entre sí quieren permanecer eternamente en ese amor. El amor es uno.
Sólo el amor es el centro del deseo humano. Debe ser inmutable.
¿Dónde querría el hombre encontrar a Dios? ¿Cuál sería la primera situación en la que el hombre
querría conocer a Dios? Queremos conocer a Dios como nuestro Padre, y que Dios nos conozca
como Sus hijos. La situación en la que esto es posible es la familia. Por esto llamamos a Dios
nuestro Padre y El nos llama Sus hijos. Cuando los hijos han crecido se casan. Si un hombre y
su mujer están unidos, crean la tradición de amor entre su familia sobre la base de su propia
experiencia del amor de Dios que han recibido. Como marido y mujer van a continuar la
tradición del amor que ellos han experimentado respectivamente.
El individuo recibe amor de Dios como hijo, verticalmente. Marido y mujer tienen un dar y
tomar horizontalmente. Cuando dan nacimiento a sus hijos, les dan su amor vertical. En el amor
por sus hijos una pareja experimenta el amor de Dios por sus hijos. Con nosotros mismos como
centro recibimos el amor de Dios de arriba, verticalmente. Hombre y mujer se aman entre si y
desempeñan el papel de padre y madre dando amor a sus hijos. Si este vínculo es inmutable y
fuerte, Dios está precisamente en la familia, y allí estará siempre. El habitará por siempre en esa
familia. Si esta clase de vida hubiera sido realizada en el comienzo de la historia, no habría
habido necesidad de fe o de orar para creer en cosas que no podemos ver o sentir, o tocar.
Nuestros antepasados humanos fueron privados del modelo de como deberían ser sus familias.
Sé que habéis aprendido la caída humana. No tenemos tiempo para dar una conferencia
de la caída. Sin embargo, debido a la caída, fuimos privados de aquellas familias ideales. El
hombre fue degradado de la calidad original que era la esperanza de Dios. No somos de la forma
que Dios querría que fuésemos.
Nosotros podemos vivir sin cosas materiales. Aunque perdamos las cosas que tenemos,
podemos continuar sin ellas. Podemos ser privados de riqueza material, familia, amigos, de todas
estas cosas, pero todavía podemos seguir viviendo. Pero cuando somos privados del amor, no
podemos vivir. En el Jardín del Edén, cuando cayeron nuestros antepasados, la pérdida más
importante fue el amor. Se perdió el amor entre Dios y el hombre. Debido a la caída el hombre
perdió tres clases de amor: verdadero amor paternal, verdadero amor marital y verdadero amor
de hijos.
No hemos sido capaces de recibir el verdadero amor de Dios como el amor paterno.
No hemos experimentado el verdadero amor en su pleno sentido entre marido y mujer. No
hemos experimentado el verdadero amor con nuestros hijos centrado en Dios. Si fuera así,
nuestros hijos estarían en la posición de nietos de Dios. No hay nadie que haya experimentado
estos tres tipos de amor en el verdadero sentido. El hombre caído nunca ha sabido que clase de
amor perdió, o el valor que este amor tenía realmente. Dios, sin embargo, sabía el valor de
aquellas tres clases de amor, y se sintió infinitamente afligido a causa de la pérdida del amor
entre El mismo y el hombre.
Imaginemos la primera pareja humana, Adán y Eva. Fueron creados como los verdaderos
hijos de Dios; Dios era su Padre. Pero debido a la caída humana, el amor entre ellos fue cortado.
Adán y Eva habrían derramado lágrimas de alegría cuando hubieran realizado la voluntad de
Dios. Pero, sin embargo, derramaron lágrimas de pena al dejar a Dios. Fue una situación de lo
más miserable. Adán y Eva dejaron a Dios, sin esperanza de regreso. Sin esta esperanza, su
tristeza fue mucho mayor. Imaginad qué miedo sentirían.
Dios previó su vidas llenas de dificultades. Sintió que casi no había esperanza de
restaurarlos. ¡Su aflicción fue inmensa! Adán y Eva iban a ser para Dios sus excelsos hijo e
hija, pero ahora habían sido arrebatados por el enemigo Satán y habían llegado a ser hijos de
Satán (Jn 8:44, Mt. 3:7, Mt. 12:34). Dios no podía salvarlos. Dios es el centro del amor, de la
vida y de la felicidad del hombre, y el hombre es el ser sin el cual el propósito de Dios no puede
realizarse.
Dios lo perdió todo. Todo se hizo pedazos. También el hombre perdió toda esperanza
y felicidad. Fue una gran tragedia; fue lo más triste.
Dios era el Padre. ¿No iba a tenerles amor como para no dejar ir a sus hijos? El se sintió
como perdonándolos. Pero no podía hacerlo. Por consiguiente, Su pena fue aún más grande. Si
hubiera tenido otro hijo o hija que no hubiese caído, y si este hijo no caído hubiese pedido a Dios
que salvase a su hermano o hermana y que le diese a él su castigo en vez de a ellos, ¿qué habría
sentido Dios hacia ese tercer hijo? Si hubiera habido tal hermano pidiendo a Dios perdón para
Adán y Eva, Dios los habría perdonado. Este corazón del Padre Celestial llegó a ser la base para
la providencia de la salvación de Dios.
Suponed que este tercer hijo de Dios fuese a Satán y le arrebatase su propio hermano
y hermana llevándolos de vuelta al seno de Dios. ¿Cómo se habría sentido Dios? ¿Los castigaría,
los echaría, les daría la bienvenida? Castigaría al hermano que los trajo de vuelta? ¿Lo echaría
a el también? ¿0 lo elogiaría, o lo dejaría solo?
Si Dios lo alabase, entonces no podemos creer en las palabras de Jesús cuando dijo:
"E1 que halla su vida la perderá, y el que la perdiere por amor de mí la hallara", (Mt. 10:39), y
"Muchos primeros serán los postreros, y los postreros, primeros" (Mt. 19:30). No pudo
haber prometido esto. ¿Por que? Hay principios respecto a recuperar algo que se ha perdido. No
puede ser simplemente arrebatado de nuevo. Dios no puede perdonar al hombre que se rebeló
contra El a menos que el mismo hombre no establezca condiciones para volver a Dios, negando
a Satán. Originalmente, el hombre caído rechazó a Dios y se fue al seno de Satán. Por
consiguiente, para volver debemos negar y rechazar a Satán y regresar al seno de Dios por
nosotros mismos. Esta es la condición.
Al ir el hermano no caído o algún otro a Satán, intentando llevarse a Adán y Eva,
Satán no los dejaría ir sin una condición. Para ceder al hermano caído, el hermano no caído
debe darle a Satán algo que este crea de más valor que lo que va a perder. En otras palabras,
tendría que haber un hombre dispuesto a sacrificarse en lugar del hermano caído. Este hermano
de sacrificio llegará a ser el segundo Adán, o Cristo. El hermano caído será liberado sólo bajo
esa condición.
Si hubiera habido alguien que tuviese tal piedad filial hacia Dios, Su Padre, que
pudiese sentir el corazón de su Padre cuando perdió a Adán y Eva, habría sentido que debería
hacer absolutamente todo para aliviar la pena del Padre y traer de vuelta a su hermano. Si
hubiera sido así, habría estado dispuesto a sacrificarse a si mismo en lugar de su hermano.
Cuando el hombre cayó, Dios se afligió. Ambos, Dios y hombre estaban afligidos cuando se
separaron el uno del otro. Debe venir alguien que experimente el dolor de Dios y el de su
hermano caído y que esté dispuesto a hacer cualquier cosa para aliviar esos corazones sufrientes.
Las lágrimas de este hermano no serían lágrimas de aflicción. Cuando el hombre cayó, Dios y
el hombre derramaron lágrimas de tristeza. Pero estas lágrimas fueron derramadas por ellos
mismos. Debe venir otro hombre que vierta lágrimas no por si mismo, sino por Dios y su
hermano perdido; serán lágrimas de esperanza. Con la llegada de este hombre entre la
humanidad, puede haber esperanza de salvación. La puerta de la salvación se abrirá con las
lágrimas que alivien la aflicción de Dios y del hombre.
Cuando lloráis por vosotros mismos, vuestras lágrimas pertenecen a Satán. Por muchas
lágrimas que eche un hombre por si mismo, jamás podrá haber salvación. Este es el problema.
En el Principio se nos habla del problema de Caín y Abel. Para salvar a Caín tenía que
estar Abel. Abel estaba en la posición del hermano no caído que pide a Dios que por su causa
perdone a Adán y Eva. Para obtener esta posición, Abel tenía que recibir primero el amor de
Dios. Esto quiere decir que tenía que salir de la esfera dominada por Satán. Una vez que hubiese
obtenido esta separación de Satán, Dios podría amarlo. Habiendo conseguido esa posición, en
vez de ser arrogante, Abel debiera haber estado dispuesto a morir por Caín. Estas tres etapas son
la importante fórmula: Primero, el hombre que esté dispuesto a salvar el mundo debe ser capaz
de derrotar a Satán. Entonces debe recibir el amor de Dios. Finalmente, sintiendo el corazón de
Dios y el de su hermano caído, debe estar dispuesto a sacrificarse en lugar de su hermano caído,
para aliviar la congoja de Dios y la de su hermano caído. Solo con esta condición pueden ambos
ser devueltos a Dios. Sabemos por el estudio de la historia de la providencia de Dios, que Abel
fue muerto por Caín mientras estaba en el proceso de seguir esta fórmula.
Vemos otro ejemplo en el acto de Noé construyendo el arca en la montaña durante
120 años: ese largo, largo transcurso de los años mientras luchaba contra Satán. Debió haber
sido rechazado por su mujer, familia, vecinos y parientes. El recibió desdén y desestimación de
su nación, y de todo el mundo. Pero sin embargo, si hubiese sido tentado alguna vez a no hacer
lo que Dios le había ordenado, podía haber sido reclamado por Satán de nuevo. El venció toda
dificultad y tuvo éxito llevando a cabo su responsabilidad. Dios llegó a amar a Noé. Pero eso no
es todo. Cuando alguien llega a ser amado por Dios, Dios lo envía de nuevo al mundo para ser
sacrificado, para ser puesto en dificultades y sufrir. Esto es, desde luego, para entrenarle, pero
también para salvar más gente a costa de alguien que esté dispuesto a sacrificarse. Noé, que era
un hombre honrado, justo, bueno, tenía que sacrificarse por los demás, no por si mismo.
Veamos Abraham. Dios lo separó de su padre, el vendedor de ídolos. Tenía que dejar
a su familia, su tierra natal y su riqueza material. Dios desarrolló su providencia pare prepararlo,
para hacerlo llorar no solamente por su propia nación, sino por las demás naciones, e incluso por
el enemigo. Hizo esto conduciéndolo fuera de la tierra de sus antepasados, enviándolo a otras
naciones. Vagó como un gitano. Vivió su vida siempre con un corazón suplicante y deseoso de
que Dios pudiera salvar a la gente a causa de sus ruegos. Esto es por lo que Dios lo bendijo con
tantos descendientes como estrellas tiene el cielo, y arenas la tierra. De la Biblia sacamos la
impresión de que Dios simplemente bendijo a Abraham y lo amó incondicionalmente. Pero no
fue así. Tuvo que separarse de su amada familia, su tierra natal, sus posesiones materiales e ir
a la tierra desconocida que Dios eligió, siempre sintiendo dolor por Dios y por la gente. El oró
mucho por las demás naciones. Solamente con esta condición podía Dios usar a Abraham como
el padre de la fe y bendecirlo tan grandemente. Estas cosas no están registradas en la Biblia, pero
fue solamente a causa de tales antecedentes por lo que Dios pudo bendecir a Abraham.
Jacob siguió una trayectoria similar. El le compró a su hermano mayor Esaú la
primogenitura. Dejó su casa y fue a la tierra de Harán, donde trabajó como un esclavo para su
tío Labán durante 21 años. Su tío había prometido darle a su hija Raquel como esposa. Pero
después de siete años, Labán engañó a Jacob y en vez de darle a Raquel le dio a su hermana
Lía. Si esto os lo hicieran a vosotros, habríais protestado espontáneamente. Pero Jacob guardó
silencio, trabajó otros siete años, y consiguió a Raquel. Entonces su tío Labán engañó
a Jacob intentando quitarle todas las cosas que Dios le había dado. Con todo Jacob no se quejó.
Ahora debemos saber que aunque Jacob estuvo en la más solitaria de las situaciones,
sin embargo no pensó en otra cosa que en la voluntad de Dios. A causa de ello, no importaron
otras cosas en su vida; lo importante fue la realización de la voluntad de Dios. Por consiguiente
se alejó cada vez más del mundo, pero llegó a recibir más amor de Dios. Y después de 21 años
cogió todas las cosas benditas que había ganado y regresó a Canaán. Sabía que su hermano Esaú
estaba dispuesto a matarlo. Sin embargo, Jacob sentía en su corazón que toda la riqueza y
realizaciones pertenecían a su hermano mayor. Quería darle todo a Esaú, todas las cosas que
había adquirido con su sudor y sangre. Oró a Dios que no castigase a su hermano mayor Esaú
y le pidió a Dios que lo bendijese como había bendecido a Jacob. A causa de este corazón, Esaú
fue conmovido no queriendo matar a Jacob; y también recibió la bendición de Dios.
Lo mismo le sucedió a Moisés. Moisés, después de pasar 40 años en el palacio del
Faraón, tuvo que dejar toda la gloria y riqueza tras él, e incomunicarse del mundo. Estaba
dispuesto a sacrificar su vida por su nación.
Juan el Bautista fue llevado al desierto. Se incomunicó del pasado y lloró por la venida
del Mesías, por Dios, por su nación y por su gente. Ese es el punto en que difirió de los profetas
anteriores a el. Y cuando el oraba vertía lágrimas de un significado diferente. Lloraba por la
nación; por la venida del Mesías; y lloraba por Dios. En este sentido fue el mayor de los profetas.
En otras palabras, los otros profetas no tuvieron a nadie a quien servir de precursores. Juan
estaba enderezando el camino para el Mesías. Los otros no oraron por el soberano que iba a
venir, pero Juan lo hizo. Esa es la diferencia. Pero Juan oró por el Mesías como el soberano de
su propia nación, mientras que Jesús vino como el soberano del mundo entero. El punto de vista
de Juan era un poco diferente de la intención de Dios. Este fue el verdadero comienzo de su
incapacidad de unirse con el Mesías.
El soñaba que el Mesías venía como el salvador de Israel. Esperaba que Jesús observase
la Ley Mosaica, el sistema de los israelitas, pero vio que Jesús no lo hacía; de hecho, Jesús
parecía estar quebrantando la Ley. Jesús iba a salvar el mundo entero; su visión era más amplia
y diferente que la de Juan. No había naciones a la vista de Jesús. Esto es lo que los hacía
diferentes el uno del otro. Por consiguiente Juan el Bautista se puso en el lado de los Israelitas
que se oponían a Jesús y causaron su muerte. Si se hubiese quedado al lado de Jesús y llegado
a ser uno con el, habría sido el mayor de los discípulos de Jesús, y los discípulos de Juan
hubieran llegado a ser también los seguidores de Jesús. Entonces, la nación entera que creía que
Juan era el más grande de todos los profetas, podría haber seguido a Jesús.
La nación escogida no se refiere solamente a Israel, sino a todas aquellas que se separan
del mal y vienen al seno de Dios. Ellas son el pueblo escogido. Con este pueblo como
ciudadanos, se iba a formar la nación escogida. Jesús iba a venir al pueblo separado, al pueblo
elegido por Dios. Si la gente hubiese recibido a Jesús, entonces él y la gente, habrían formado
una nación de fe separada, y la providencia de la salvación podría haber sido extendida a la
humanidad entera. Esa nación separada tenía que derramar lágrimas para ser un sacrificio por
otras naciones caídas y por Dios, del mismo modo que Abel debería haberlo hecho como
individuo por los demás. Pero el pueblo de Israel no pensaba de esta forma. Pensaban que Jesús
tomaría la soberanía de la nación, y bajo él llevarían felizmente sus vidas, bendecidos con
abundancia en ambos niveles, espiritual y físico. Deseaban todas estas cosas para ellos mismos,
no para los demás, y no para el mundo entero. Es la voluntad de Dios enviar al Salvador a todo
el mundo, no solamente a una nación.
Israel pudo haber cumplido la voluntad de Dios. Pero el pueblo no recibió a Jesús, por
tanto Jesús se determinó a sacrificarse por la Nación y el mundo. Jesús tuvo que dejar su
familia, vivir solitariamente, y recibir el amor de Dios. Finalmente hizo un sacrificio de si
mismo por los demás del mismo modo que el hermano no caído se habría sacrificado a si mismo
para la salvación de los hombres y mujeres caídos. Toda la gente estaba en la posición de Adán
y Eva caídos. Jesús murió por ellos; llegó a ser el sacrificio. No maldijo a los que lo mataron.
Oró y pidió a Dios que los bendijese. Por consiguiente Jesús era como el mediador entre Dios
y la humanidad caída. Murió como el Adán no caído del mundo. Y llevó a la práctica la fórmula
para la salvación de la gente del mundo entero. Por consiguiente, llegó a ser el Adán ejemplar.
Quienquiera que le siguiese recibía la salvación.
A partir de él pudo ser establecido un nuevo mundo de salvación. Esta es la historia
del cristianismo. La iglesia tuvo la misma trayectoria que Jesús. Siempre y cuando el
cristianismo iba a un país extranjero por primera vez, los misioneros que iban tenían que
sufrir toda clase de dificultades y la mayoría eran martirizados.
Aquellos que murieron estaban en la posición de poder recibir el amor de Dios, y hacer
de si mismos un sacrificio por los demás. Si hubiesen deseado maldecir a aquellos que los
mataban, no habría habido providencia de restauración. Tenían que orar por los que los
mataban. Sin esta clase de corazón el cristianismo nunca podría haber continuado.
Los grandes hombres, los santos y hombres sagrados del mundo se han apartado del
mundo caído, del mundo al que pertenecían, y han proclamado o propugnado algo nuevo.
Entonces, con sacrificio de si mismos, intentaron influenciar o salvar a toda la humanidad.
Siempre suspiraron por Dios. Ellos han seguido la trayectoria que hemos perfilado. Los cuatro
grandes hombres sagrados de la historia fueron Jesús, Confucio, Buda y Mahoma. A causa de
que suspiraron por Dios y por toda la humanidad, sufrieron tortura y persecución de toda la
humanidad.
Un hombre podría querer que sus amigos se sacrificasen por el. Si sigue su propósito
egoísta, sin embargo, no tendrá por mucho tiempo amigos a su alrededor; todos se marcharán.
Si este hombre se niega a si mismo y está dispuesto a hacer cosas por sus amigos y sacrificarse
por la causa de mayor valor, es natural que sus amigos le traigan también a sus parientes y
conocidos. El grupo crecería en número. Dios mismo cooperaría con tal grupo; estaría con tal
grupo y para tal grupo.
Con una mente estrecha, podríamos pensar que este hombre está loco, por servir a los
demás y hacer cosas por los demás, pero al contrario, si uno hace eso, llega a ser un centro
alrededor del cual se reunirá la gente. Vendría mucha más gente a seguirle y rogarle que los
salvase, condujese y dirigiese sus vidas. Si los líderes de los países fuesen así, entonces los
ciudadanos vendrían suplicándoles de rodillas ser conducidos por ellos. El individuo, el
grupo o el mundo basado en esta fórmula debe confiar en Dios o todo decaerá.
Quiero enseñaros esto: Amad a Dios y amad a la gente a precio de vuestra vida. Entonces
podéis ganar vuestra propia vida y también a toda la gente. Esto es lo que Dios quiere en el
fondo de su corazón, y así es como Jesús quería que fuésemos. Cuando Jesús oró en Getsemaní,
"Padre, si es posible, que pase este cáliz de mi. Más no se haga mi voluntad sino la tuya", su
corazón era el de un hijo que solamente ama a su padre.. En la cruz amó incluso a sus enemigos
y oró por ellos. Nunca había habido un hombre semejante en toda la historia anterior a él, y no
hubo un hombre semejante después de él. Esta es la prueba de su amor por toda la humanidad.
Esto es lo que hizo de Jesús el más grande. Si vosotros podéis hacer lo mismo, no podéis sino
ser amigos de Jesús, o la novia de Jesús. Podéis tener a su Padre como vuestro propio Padre.
Podéis tener todo lo que él tenía.
Concluyamos ahora. Los que lloran por si mismos son necios, grandes necios. Los que
echan lágrimas por los demás son sabios, porque pueden conquistar a Dios, al mundo entero, y
todas las cosas. Haciendo esto, podéis ser los poseedores del amor de Dios. Podéis ocupar la
posición de hijos de Dios, y heredar el amor paterno de Dios, el verdadero amor entre hombre
y mujer y el amor de los hijos. Poseyendo todo esto, seréis los más ricos de entre toda la gente.
Estaréis en la posición de tener el amor de Dios, el ideal de Dios y el propósito del hombre.
Entonces podéis abarcar al mundo entero con amor - verdadero amor.
Para ello, debéis recordar las tres etapas de la fórmula: separaros de Satán, venid al amor
de Dios, y sacrificaros por los demás. Al estudiar, no debéis estudiar para vuestro propio
beneficio o provecho, sino que debéis estudiar para salvar al mundo entero para Dios. Cuando
os caséis, no debéis olvidar que os casáis para la humanidad, para el futuro de la humanidad. La
gente con este corazón no puede perecer. Cuando oréis, no oréis por vosotros sino por los demás.
Si hacéis esto el resultado será también vuestro. No oréis por la Iglesia de Unificación, sino
rogad que Dios pueda utilizaros para salvar a vuestra nación y salvar al mundo, a costa de
vuestras vidas.
El lugar donde se encuentra gente semejante, es el Reino de los Cielos.
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